martes, diciembre 12, 2006
PALMAS
Varias formas dibujan las palmas,
portales labran, portales cruzan,
reúnen círculos que se escurren luego, en espiral.
Ven las inenarrables sacudidas que destruyen al cuerpo enfermo, no
sólo hacia adentro, y que alivian la insostenible llaga del que vive.
Las manos cansadas liberan un grito sin el que resplandecen,
grito que siempre duerme sobre el débil, sobre nosotros,
luego de vagar bajo la caricia del caos,
que desmenuza cada segundo del eterno presente,
que se mueve por las fibras del yoga
contaminando al todo con él mismo, de algún reflejo,
tribulación para la mirada de algún guerrero.
Reflejo de otro como él que resguarda secretos de paz,
paz que se presenta nunca igual.
Ahí, frente al espejo, el ser escoge un rumbo,
el ineludible cruce de vías despreocupa en la decisión al libre.
Ser canal resulta un triunfo punzante,
la mirada está cansada de mirar siempre lo mismo,
se expanden los ojos marchitos, hacía adentro,
ven la luz y observan lo que ella toca,
el vacío y sus ciclos impensables.
La paciencia destruye al ser hacia afuera de su cuerpo,
hacía el otro que lo aísla por nostalgia,
por verse distante, por sentir afilado
el trascendente respirar del que espera en quietud
a que se construyan firmes sus pilares.
Las palmas dibujan un claro panorama,
incierto para los que olvidan, ridículo para los que olvidan.
Reposan sobre el ojo que revolotea como albor de anciano.
Sanan y castigan, su magia crea y destruye.
Carne y sangre que le habla a los ojos.
Uñas como espejos, uñas proyectadas.
Surcos de música y de ruido.
Amor y odio se escapan por las palmas.
La lujuria y la ternura se pelean su espacio.
Palmas como Belén y sus disputas.
Fuerza que ahorca cualquier maniqueísmo.
Símbolo eterno de lo que es la totalidad.
Palmas que una a otra se unen como a un reflejo.
martes, diciembre 05, 2006
- Listos los cuerpos, prepararon la carroza y los cargaron. Imagínese, nunca se supo más de esa pobre gente.
- Cómo cree, si los han visto en otras latitudes, bailando con gente que no conocemos.
El cuarto apestaba, como si del infierno hubiesen salidos cientos de diablos, iracundos. Los veían en cada esquina, junto a formas ondulantes. La luz iba y venía y jugaba con las sombras y objetos; la mesa se mecía como una embarcación; el armario temblaba al ritmo del reloj.
- Tenían trato con Dios sabe qué; decía la gente que podían realizar maravillas y cosas más sorprendentes aún.
- ¡Pobres!
- Pobres los zapatos, olían mal.
- Es que comían carne.
- Cómo cree, si los han visto en otras latitudes, bailando con gente que no conocemos.
El cuarto apestaba, como si del infierno hubiesen salidos cientos de diablos, iracundos. Los veían en cada esquina, junto a formas ondulantes. La luz iba y venía y jugaba con las sombras y objetos; la mesa se mecía como una embarcación; el armario temblaba al ritmo del reloj.
- Tenían trato con Dios sabe qué; decía la gente que podían realizar maravillas y cosas más sorprendentes aún.
- ¡Pobres!
- Pobres los zapatos, olían mal.
- Es que comían carne.
domingo, noviembre 26, 2006
II
"Mi vida está gastada. ¡Adelante, pues!
¡Finjamos, holgazaneemos, oh piedad!"
Rimbaud
sOLO!
una mujer que se mueva como
un texto
un texto que se beba como
un desierto
un desierto que se revele
como un silencio
La vida es un texto borrado en el desierto
desde donde hablamos nuestro silencio.
¡Finjamos, holgazaneemos, oh piedad!"
Rimbaud
sOLO!
una mujer que se mueva como
un texto
un texto que se beba como
un desierto
un desierto que se revele
como un silencio
La vida es un texto borrado en el desierto
desde donde hablamos nuestro silencio.
jueves, octubre 12, 2006
SOLEDAD, UTOPÍA
LA SOLEDAD NO EXISTE
Hombre injusto que no miras.
Lanzas piedras a los ríos, a los cielos, a las ramas
tus pupilas se tragan tu reflejo, lo esconden de tus garras.
¡Enternecedor miedo el tuyo!,
eclipsa a los profundos sueños olvidados.
Las frenéticas revelaciones de tu cuerpo,
de ese cuerpo que se eleva sin forma hacia los árboles,
que pasea por sobre el viento,
que mira de soslayo a su espalda,
que dibuja carretas etéreas con suspiros,
se disimulan en la tenue torpeza del ojo cerrado.
Aparecen las revelaciones de tu cuerpo
delineadas en los cuartuchos azules
de tus desterradas noches astrales.
No declinas, amargado, y no renuncias a tus aires,
te aferras a tu soledad inventada, la que sostienes
sobre los profanados templos de tu ensueño,
de tu patética quimera que te veda,
que te rescata de la firme apatía frente a la muerte.
No renuncias a los laureles de la soledad,
a la nobleza de sufrir a diario
al trabajo profundo de mentirle al espejo.
Día tras día los otros te desprecian: ocultas la risa
Noche tras noche tiras las cobijas: la emoción se te desborda en silencio
Cada tarde, en el crepúsculo, no piensas en nada:
te ves y no te reconoces, te sientes y tiras piedras al cielo
El diablo susurra en tu oreja,
te seduce con la música que hacía bailar a Dios,
decides creerlos, loarlos y odiarlos
y tus pupilas se tragan tu reflejo,
lo esconden de tus garras,
de tus vanidosas garras.
Hombre injusto que no miras.
Lanzas piedras a los ríos, a los cielos, a las ramas
tus pupilas se tragan tu reflejo, lo esconden de tus garras.
¡Enternecedor miedo el tuyo!,
eclipsa a los profundos sueños olvidados.
Las frenéticas revelaciones de tu cuerpo,
de ese cuerpo que se eleva sin forma hacia los árboles,
que pasea por sobre el viento,
que mira de soslayo a su espalda,
que dibuja carretas etéreas con suspiros,
se disimulan en la tenue torpeza del ojo cerrado.
Aparecen las revelaciones de tu cuerpo
delineadas en los cuartuchos azules
de tus desterradas noches astrales.
No declinas, amargado, y no renuncias a tus aires,
te aferras a tu soledad inventada, la que sostienes
sobre los profanados templos de tu ensueño,
de tu patética quimera que te veda,
que te rescata de la firme apatía frente a la muerte.
No renuncias a los laureles de la soledad,
a la nobleza de sufrir a diario
al trabajo profundo de mentirle al espejo.
Día tras día los otros te desprecian: ocultas la risa
Noche tras noche tiras las cobijas: la emoción se te desborda en silencio
Cada tarde, en el crepúsculo, no piensas en nada:
te ves y no te reconoces, te sientes y tiras piedras al cielo
El diablo susurra en tu oreja,
te seduce con la música que hacía bailar a Dios,
decides creerlos, loarlos y odiarlos
y tus pupilas se tragan tu reflejo,
lo esconden de tus garras,
de tus vanidosas garras.
lunes, octubre 09, 2006
EL RENUNCIANTE
Abrió los ojos. En seguida trato de censurar los recuerdos, la orgullosa rutina de reconocerse a él mismo dentro del armario, en el espejo, en la memoria. Su único par de zapatos, la peinilla y el tiple, el eco de sus pasos que poco a poco se iban devorando a ellos mismos. Las uñas largas, los callos en la palma izquierda y la sangre en la derecha. La ropa azul, las piedras y los símbolos. Todo empezó a confundirse en la sonrisa eterna del que no aspira a nada más que a olvidarse de su triste figura.
Alrededor vio fibras, solamente fibras sin un orden racional, desbocadas para los ojos distraídos, marchantes para los ambiciosos. Todo el imperio que había construido empezó a rechazarlo, a verlo como un ser despreciable, desalineado del orden que lo había jerarquizado. Entró al agua y se llenó el pelo de tierra, las manos y la cara las cubrió de un fango que no significaba nada para su forma de ver el mundo.
Poco a poco se acercó a los oídos de los que antes amaba, repartió pocas palabras, recibió pocas caricias. Cada uno de los que lo oyeron terminaron inmersos en una reunión lacerante en contra de ellos mismos. Nadie podía creer que había llegado el día en el que iba a desaparecer de sus vidas. La emoción revoloteaba en el ambiente, era casi imposible para ellos ocultar la felicidad de verlo desaparecer y el dolor que iba a provocar su ausencia.
Entender es a veces una vanidad dijo, entender es querer apuñalar a tu propia sombra dijo. Todos sabían que era libre desde hace mucho y nadie hizo nada para detenerlo. Apenas un niño que no pudo ocultar sus lágrimas diciendo que extrañaría sus letras, sus palabras, sus canciones. En el umbral de la puerta se detuvo, recogió algo del suelo y volteó la mirada, encendió un fósforo y lo sembró aún con fuego. Rió. Nadie entendía por qué había entrado ni nadie estaba seguro de por qué se iba, nadie tenía claro lo que había pasado durante esos largos años.
Antes de dar la vuelta por última ves gritó que el tiempo es un acordeón, que lo olviden y que no lo invoquen, les recordó que la primera niña en verlo entrar fue la que predijo su destino. Ahora esa niña es una niña anciana, corrompida y purificada por el fuego. Ahora esa niña está en la casa haciendo las tortillas para todos. Ya se despidieron, ella no lloró y él no rió, todo fue como debía ser. Ambos seguirían soñándose y teniéndose miedo.
Lejos de todos, el hombre subió a un árbol, contó las hojas de una rama y pensó en su última metáfora. Ahora los vínculos perdieron su sentido, como cuando repites una palabra muchas veces. Miró hacia arriba y un adios fue lo último en decir.
sábado, octubre 07, 2006
I
Yo que he sido tantos hombres
nunca he sido aquel en cuyo abrazo
desfallecía Matilde Urbach
J.Borges
Mil trescientos setenta y cinco rostros seducidos
dos mil setecientos cincuenta muslos intactos,
el vagabundo apresura el paso de la ciudad gris más hermosa i paidófila del mundo. "Aquí ya no hay mujeres para ti", pisoteaste el cuerpo amado como la bronca de la última colilla,
escarnio del cadáver que encierra la sospecha de los signos desteñidos que encontraste en todo el resto.
Una mujer tiene mil trescientos setenta y cinco formas multiplicadas,
todos los verbos, caras y gestos
se hallan en una esquina por la que no se atreve a pasar
en el silencio esquivo de todo fuego que se apaga
en una clepsidra escandalosa
en una sola presbicia,
el caminante, estatua mal dibujada de Caspicara, no transgrede a la noche, inocente la desnuda, le muestra el tugurio y sus dolientes fervorosos.
"Toda posesión es desapropiarse", una queja del orgullo adquirido, proporcional al número de muertes por las que atraviesas; dejar para ser.
Perdido atemporal, incapaz como Homero de una sola página nueva, amante del plagio, el vagabundo no puede traicionar a su soledad, recorre las calles como si fueran cuerpos, tullido y ciego imagina gemidos como
el Monumental en llamas
el Puente Roto roto en serio,
Quito sin frío,
Firenze senza Duomo,
el poema enterado del mutismo de las cosas.
nunca he sido aquel en cuyo abrazo
desfallecía Matilde Urbach
J.Borges
Mil trescientos setenta y cinco rostros seducidos
dos mil setecientos cincuenta muslos intactos,
el vagabundo apresura el paso de la ciudad gris más hermosa i paidófila del mundo. "Aquí ya no hay mujeres para ti", pisoteaste el cuerpo amado como la bronca de la última colilla,
escarnio del cadáver que encierra la sospecha de los signos desteñidos que encontraste en todo el resto.
Una mujer tiene mil trescientos setenta y cinco formas multiplicadas,
todos los verbos, caras y gestos
se hallan en una esquina por la que no se atreve a pasar
en el silencio esquivo de todo fuego que se apaga
en una clepsidra escandalosa
en una sola presbicia,
el caminante, estatua mal dibujada de Caspicara, no transgrede a la noche, inocente la desnuda, le muestra el tugurio y sus dolientes fervorosos.
"Toda posesión es desapropiarse", una queja del orgullo adquirido, proporcional al número de muertes por las que atraviesas; dejar para ser.
Perdido atemporal, incapaz como Homero de una sola página nueva, amante del plagio, el vagabundo no puede traicionar a su soledad, recorre las calles como si fueran cuerpos, tullido y ciego imagina gemidos como
el Monumental en llamas
el Puente Roto roto en serio,
Quito sin frío,
Firenze senza Duomo,
el poema enterado del mutismo de las cosas.
miércoles, octubre 04, 2006
DIVAGACIONES
Es mi templo la noche, es la luz su elemento
Desenvuelvo mi pena, las palabras sin centro sirven de poco,
mis pasos siguen el cauce del Cócito, de regreso.
Pasos ligeros, desapegados del posible retumbar de sus huellas.
La resonancia que me guía sale de mi centro –
Ríos vibrantes de sensaciones fuertes,
ritos malditos ante ojos rotos,
cielos inventados en las noches grises,
surcos labrados recién logrado
el efímero resurgir de la vena que conecta todo,
surcos que hacen de la mierda, dulce metáfora
hacen que la mierda torne en el esplendor de la mariposa
con sus dispersos aleteos de aroma café-chocolate.
Esa resonancia indica a mi destino como escondido.
Escudo de talante invisible acompaña al dolor de mi endeble existencia,
y su macilento vaivén que convierte a todo en arcano ambigüo,
lleno de todo, de arriba y de abajo, con más de dos centros.
Círculo encerrado en su propio mito,
velos que encubren tanto dolor,
nubes que dilatan los colores del aura,
vientos que descascaran la costra de las alas.
Miles de serpientes translucidas revolotean en mi centro,
haciéndome parte del tan consagrado caos.
Días de borracheras con botellas.
Días con resacas de cartón.
Espirituosas tardes perdidas en el arquetipo de la embriaguez.
Endemoniados ceños cegados por el resplandor de los cuerpos.
Glorias mínimas de los tristes.
Laureles negros de los que triunfan
a costa de mirarse en el espejo y no reconocer lo que esconden.
Noches saladas, horizontales, calientes hasta el daño.
Noches frías, abrazadas del velo de agua
que flota en el aire como ropón de madre.
Noches en las que se extraña el rojo de la sangre.
Noches en las que el dinamo del alma
nos hace recorrer los rincones de la ciudad, o los de la Montaña en la ventana.
El cuerpo divaga, igual que las penas,
las serpientes van y vienen en los sueños,
las pesadillas cobran una especial insignificancia frente al miedo,
el miedo resurge de las cenizas de la infancia.
La espada se forja en el calor de la ira,
en las memorias difusas del rencor
¡El odio es el relieve de tantas cosas!
¡El ácido del corazón desvanece todo!
El cuerpo divaga, junto a la lengua, junto a la mente,
la personalidad es una mascara mutable
Condición extraña la de los cuerpos
necesitados de la invisible luz para dejarse ver
y de sus notorias figuras para esconderse
detrás de la ilusión perpetua de lo palpable.
martes, septiembre 26, 2006
La hora equivocada
"Lo nuestro duró lo que duran dos peces de hielo en
un whisky on the rocks"
Sabina
Si hubieras pisado con fuerza
te habrías dividido en imágenes inconcretas,
en curvas populares de mis mil avenidas.
Habrías llorado con la calma de los santos
o caído mil veces como un dios maldecido.
Me habrías pensado con tus alas de cera quemada,
me habrías nombrado.
Ya no me ahogaré en tu vértice,
leeré en voz alta tu piel como un palíndromo,
ni callaré en tu brazo como un niño cansado.
Ya no habrá tinta para definirte,
nunca lloraremos juntos la partida de un amigo,
no despertaremos juntos a la hora prohibida
ni callaremos con besos la nostalgia
que cabalgó alguna noche tus suspiros.
Si volvieras
y pisaras con fuerza
podrías ser la última fruta de mi llanto
o el hechizo que pronuncia un ciudadano.
Podrías tu enroscarte en mi abrazo
podría yo ser menos miserable,
podría decir que te tengo,
podría decir que me importa.
un whisky on the rocks"
Sabina
Si hubieras pisado con fuerza
te habrías dividido en imágenes inconcretas,
en curvas populares de mis mil avenidas.
Habrías llorado con la calma de los santos
o caído mil veces como un dios maldecido.
Me habrías pensado con tus alas de cera quemada,
me habrías nombrado.
Ya no me ahogaré en tu vértice,
leeré en voz alta tu piel como un palíndromo,
ni callaré en tu brazo como un niño cansado.
Ya no habrá tinta para definirte,
nunca lloraremos juntos la partida de un amigo,
no despertaremos juntos a la hora prohibida
ni callaremos con besos la nostalgia
que cabalgó alguna noche tus suspiros.
Si volvieras
y pisaras con fuerza
podrías ser la última fruta de mi llanto
o el hechizo que pronuncia un ciudadano.
Podrías tu enroscarte en mi abrazo
podría yo ser menos miserable,
podría decir que te tengo,
podría decir que me importa.
martes, septiembre 19, 2006
REMINISCENCIA
Después de mirar a su alrededor pensó que la noche en aquel lugar era tal como la recordaba. Quizá era mejor así, más fácil. Se dio cuenta de que no había olvidado al pueblo como hubiera querido, que todos esos años de ausencia no eran sino la confirmación de un deseo inalcanzable, de un engaño. Si algo odiaba no era más que descubrir en sí mismo la angustia, terrible y definida, de aquel pueblo que no quería reconocer como propio. No tuvo otra alternativa mas que aceptarlo cuando, en la niebla de una madrugada que le pareció repetida, apoyándose en su bastón, bajó del autobús destartalado y miserable que lo había devuelto a aquel lugar, vomitándolo al frío de una estación que parecía erigirse únicamente para él, para recibirlo con un familiar sarcasmo muchos años después de haberlo despedido con familiar desprecio.
Alguien escuchaba en la radio un bolero debilitado. Cuando el ruido del autobús se había perdido, confundiéndose con las primeras luces del amanecer oscurecidas por la niebla -esa niebla gris y amarillenta que pesaba más que el revólver que llevaba en el bolsillo de su gabardina-, echó a andar. Sabía que llegaba al pueblo donde tantos años atrás había muerto, para morir de nuevo. Sus pasos eran los de un anciano.
La casa era tal como la recordaba. Un niño lloraba en el interior. En el jardín pesaban aún las señales de una lluvia fuerte. Sintiendo la humedad, él también se echó a llorar. No necesitaba llave alguna: desapareció tras la puerta. Una luz se encendió dentro del hogar. Sólo un disparo se escuchó detrás de las viejas paredes del caserío. No hubo más llantos.
domingo, septiembre 17, 2006
Los que caminan de noche
A Diego
Si se sentasen a recordar
aquellas noches perdidas en la gran noche
y la sangre que aprisionaron sus puños
Si cambiaran sus nombres, sus rostro
la luz que los dio a luz
si perdieran en el humo de una explosión
el astuto recurso para callar
Sólo entonces, sin certidumbres
sus dedos serían mutilados
el día, lejano, tan lejano
que de sus sonrisas no vierta el llanto
Ajenos a la muerte
ocultos de la vida
prendidos de un llamado que no existirá
comparten la desigualdad de las noches y las sombras
Pero en las mañanas,
cuando vuelven a sus sombreros
y las manos plantean nuevos lamentos
piensan que las letras y la sangre son uno
tE La ArañA
Se encienden las linternas, el cuarto empapado con humo, rota, sobre su cabeza; lo mira, desde las paredes, entre los hilos y la espiral.
Se recoge, se achica y tensa mientras la noche lo respira; cuándo cesarán las voces, se calmará como una brisa, hallará entre ramas su verdor, y recordará que otro siglo ha pasado.
se apagan,
giran y cambian de colores
Ya son grandes y pequeñas, repitiéndose en un cielo que nadie ve; mira el techo. Huele sus manos, se mueve sin pensamientos
y quiere volar, como un río.
¡Qué fácil se volvería la vida si la guardáramos entre cristales!
NUBES
Caminaba por un desierto
a la izquierda vi un grillo
y una rueda de granito
de olor a palma joven
En el aire oía voces
luces de ventisca
sangre allende las ventanas
recorriendo un sendero de lluvias
Caminaba por un desierto
buscaba algo de calor
las piernas se rompían
como agujas
El grillo ya eran mil grillos
ya era una epidemia
las voces callaban
la luna rota en siete partes
Esa era mi morada
ahí bailaba con los duendes
luego y no antes o después
ahora tengo alma
a la izquierda vi un grillo
y una rueda de granito
de olor a palma joven
En el aire oía voces
luces de ventisca
sangre allende las ventanas
recorriendo un sendero de lluvias
Caminaba por un desierto
buscaba algo de calor
las piernas se rompían
como agujas
El grillo ya eran mil grillos
ya era una epidemia
las voces callaban
la luna rota en siete partes
Esa era mi morada
ahí bailaba con los duendes
luego y no antes o después
ahora tengo alma
A LAS MONTAÑAS
Dos piedras miraban un río pendiente abajo
un arco iris se movía por el firmamento
rotos los sentidos
tras las montañas
Como canción de cuna, se dibuja un agridulce clan,
mejillas, historias, luces en el ojo de un hombre despierto
agradable canción de azul rostro
mira el ocaso, y sus circulares formas
A la historia le cuenta,
una canción de silencios
algo que se borra cuando
sopla el viento
Se decían, juntas y lejanas
dos piedras mirando al río
azul el corazón, las caras,
rojas las montañas
Cuando se vaya el sol, y los sentidos vuelvan
un arco iris se movía por el firmamento
rotos los sentidos
tras las montañas
Como canción de cuna, se dibuja un agridulce clan,
mejillas, historias, luces en el ojo de un hombre despierto
agradable canción de azul rostro
mira el ocaso, y sus circulares formas
A la historia le cuenta,
una canción de silencios
algo que se borra cuando
sopla el viento
Se decían, juntas y lejanas
dos piedras mirando al río
azul el corazón, las caras,
rojas las montañas
Cuando se vaya el sol, y los sentidos vuelvan
lunes, septiembre 04, 2006
EL EJE DEL PENDULO
PARA ANA, O MAS BIEN, POR ANA
Por fin pude reír estando frente a este maldito espejo. Aqui, de rodillas, con el peso de haberme sentido rendido durante tanto tiempo y de repente bbbbssssbbbjj el falso silencio se corta, caen las dos escamas que me habían cegado durante tanto tiempo y mis ojos muestran una criatura endeble, insostenible, resbaladiza como agua entre los dedos, necesaria como aire en los pulmones, me muestran una criatura elemental, completamente lejana a la carne, templo de tantos miedos y rencores, de tanto deseo de venganza, de tantos deseos en general.
Mis posicionamientos dejaron de tener sentido, vi mas allá de mi centro, ya no como un simple caracol, sino como una entera armonía con todo el baile que afuera de mí se estaba llevando a cabo. La idea del péndulo ya está clara, yo sufría cuando era feliz porque esperaba con ansias la vuelta desgraciada del dolor, pero ahora sé que ese péndulo nunca es el mismo de ida que de vuelta, como la física que hace escuchar las cosas de distinta forma dependiendo de si se acercan o de si se alejan. Ahora vi que el péndulo cuelga de algo, algo lo sostiene arriba y es lo que define su movimiento espiralado.
Ver significó mucho para mí, fue más allá del hecho de descomponer la energía que se comprime con el fin de enseñarme las cosas materiales, fue más allá de mirarme como parte de un entramado eterno, fue más allá de poder darme cuenta del patrón esencial de la telaraña mística que nos envuelve. Dejó de tener sentido para mi ese maldito deseo de venganza que estaba corrompiendo mi vida y que buscaba acabarla. Ahora acepto la muerte de mi hijo como la partida de un hombre libre. No me culpo por su tristeza, ni siquiera estoy seguro de que se haya matado por estar triste. Recuerdo que en los tantos encontrones que tuvimos con la muerte, el siempre guardaba su sonrisa, pero se le escapaba por los ojos.
Amaba a su madre, y en su funeral sus ojos brillaban con la felicidad de un padre que ve regresar a sus hijos. Habló largo rato conmigo esa noche, extraña actitud que contradecía su naturaleza, enfermiza, de buscar silencio mental. Ahora entiendo lo que una vez me dijo: El que mas calla menos silencio hace, ahora entiendo por qué me habló tanto este último tiempo. Fui tan feliz escuchándolo divagar acerca de su vida, de la mía, de lo inútil que es estar parado en un mundo tan lleno de velos que estan constantemente encubriendo una verdad con una seducción, y sin embargo me habló también de lo hermoso que es estar feliz por el simple respirar de aunque sea un aire tan podrido como el que ahora respiramos todos.
Ya no quiero que mi sangre redima la muerte de Ramón, ya no busco mi fin para encontrarme con ellos, con mi esposa, con mi hijo, con mis padres y con todos los que se han ido, pues ahora sé que nunca más los volveré a ver, ni a sentir, ni a querer buscarlos. Allá, en el otro lado, no se siente nada. Ilusos religiosos que temen el calor del infierno, que aspiran a la paz del cielo. Eso de sentir le corresponde a la carne, más allá del cuerpo solo existe vibración y equilibrio, y ahí, en ese equilibrio, es en donde se asientan las tontas metáforas de la fe.
Ya no quiero matarme para vengar a mi hijo, pues ahora sé que él no murió por mi, y lo sé no por haberme convencido de que fui un buen padre, pues quizá eso es mentira, sino por haberme convencido de que matarme no es necesario aun.
Ahora puedo reír viendo cómo el espejo refleja mi sangre, pero no la sensación de estorbo que me provoca. Ya no la quiero ver, ya no quiero sentir su abrazo cálido ni ninguna de esas pendejas posturas, supuestamente oscuras, que asechan aun en mi vejez. Por ahora la soledad ha vuelto, como cuando era un tonto adolescente que se creía completamente triste y completamente solo, pero esta vez como algo un poco mas real o un poco menos falsa . Puedo reír sintiendo lo ridículo de todas mis penas. Quizá este abandonando mi humanidad, quizá este volviéndome parte de esa vibración que nada siente. . . Pero que sea no por mi voluntad.
Aun siendo viejo sigo así, lastimándome, siendo débil frente a la tristeza, siendo cobarde frente a la soledad, siendo firme frente a la mentira que he mantenido tanto tiempo. Por fin puedo reír viéndome en el espejo, y ya no evitarlo tanto, esquivarme incluso en el momento de afeitarme, de peinarme, de lavarme los dientes o la cara. Siempre he sido tan cobarde. Esta cuchilla, compañera falsa, que ha estado conmigo ya casi 37 años, solo guarda la sangre de mi postura asquerosa. Ahora entiendo que debo esforzarme en no esforzarme. Mi misión en la vida es respirar.
Por ahora solo quiero ir a la mecedora y que ella no me recuerde en su vaivén lo que es estar atado al tiempo. Siento en verdad no estar atado a nada, pero temo que el traicionero golpe del péndulo lleve mi paz a los dominios del olvido.
jueves, agosto 10, 2006
ROJO Y NEGRO
El uno ha encontrado la ciencia universal
y no sabe como morir para escapar
a las torturas de su triunfo
E L
La desesperante batalla contra el insomnio había terminado, sabía que no tenía más que esperar a que sus ojos decidan cerrarse tras la voluntad del sueño. Pensó en la música, pero esos días nada lograba satisfacerlo. Las melodías de siempre le resultaban o tediosas o estridentes, su música se dejaba ver siempre igual, bajo el hechizo de la monotonía que había dormido a su inspiración desde hace mucho tiempo. El silencio le resultaba pesado, cargado del llanto de los tristes que ven en la noche ese rincón perfecto para ser invisibles.
Hurgó en el desorden del piso y encontró la cajetilla, arrancó el filtro de un cigarro y lo encendió luego de dos cerillos suicidas, o de que la torpeza de sus manos cansadas se concentrara en temblar alrededor de la punta. Las frenéticas chupadas llenaban al cuarto con el grito del cigarrillo, la música del fuego. Su incandescente punta lo seducía, el sonido parecía quemar todos los llantos que percibía en el aire nocturno, todas las penas que le resultaban ridículas. Pensó en la punta como una mujer enamorada, y su abrigo que lo protegía del mundo, su pasión siempre encendida, que resplandecía cada vez que él jugaba con sus labios en su cuerpo. Pensó en Morgana, la vio
El instinto del que todos hemos padecido o con el que todos hemos disfrutado, lo llevó a jugar con el calor, con la divina satisfacción que le daba el manipular la impredecible forma del fuego. Se enamoró del cáncer. Hacía el amor con el dolor que le provocaba, tan distinto al causado por cualquier mujer, lejano a cualquier dolor enviciante que lo cegaba y lo llevaba de la mano al mundo gris que tanto aborrecía. El dolor del cigarro lo apartaba, lo convertía en un ser arrogante, peligroso o simplemente estúpido, pensaba en lo bueno de cualquier cosa que lo excluyera de sus visiones diarias.
Fumó el cigarro hasta quemarse los dedos, y se sintió poseído. A su lado Morgana descansaba, y no podía creer la pasividad con la que lo hacía. Lo apagó en sus caderas y ella despertó con un grito, justo con el grito que él esperaba oír en esa noche tan cargada de penares ajenos. Se ahogó el silencio pesado, empezó el rito de seducción.
Morgana estaba alterada, avivada, intensificada por el dolor que el fuego grabó en sus caderas. Él, excitado, no podía dejar de ver la hipnótica cicatriz que había dibujado en la carne de su amada. Morgana volvió a hurgar en el desorden del piso, encontró los tabacos y encendió uno. Fumaba y, siempre callada, se daba pequeños toques alrededor de la nueva herida, él sonrió pensando en la posibilidad de haber escuchado su mente
- ¿Estas retocando mi obra?
- Imbécil, que idiota, me dolió… sabes que soy adicta.
Ella fumó una última vez y estiró el brazo izquierdo, el se abalanzó sobre el cigarro, justo antes de que Morgana lo apagara en la piel pulcra de su lado zurdo. Fumó una última vez y desprendió el cogollo encendido sobre la palma de su mano. Se consumió por completo bajo la delirante mirada de ambos. Luego, él saltó encima de su mujer, la besó con la delicadeza con la que se fuma en una noche de luna. Pero Morgana lo rechazó. Se paró, se vistió y se fue en un rito siempre temido por el.
Esperó en la casa, sentado, oyendo la pesada melodía de su tristeza, intuyendo el regreso, caminando, fumando, sintiendo miedo, parado, acostado, lejos de la guitarra. Pasaron dos noches, y a la tercera, la puerta rechinó. Él salió de su posición fetal y la vio, como iluminada con un fulgor desconocido. Se acercó a la cama y se desvistió, fue cuando él se puso blanco al ver que en su espalda resaltaba el relieve de cientos de cicatrices. Ya en la cama ella rompió el silencio
- No puedo explicarte porqué están ahí, sé que no me lo creerías.
El silencio y la noche devoraron sus mentes, cayeron dormidos con miedo y los dos soñaron con gusanos enroscados en sus vientres. La noche se fue en medio de los gemidos de angustia de ambos . Al despertar, las cicatrices habían desaparecido.
y no sabe como morir para escapar
a las torturas de su triunfo
E L
La desesperante batalla contra el insomnio había terminado, sabía que no tenía más que esperar a que sus ojos decidan cerrarse tras la voluntad del sueño. Pensó en la música, pero esos días nada lograba satisfacerlo. Las melodías de siempre le resultaban o tediosas o estridentes, su música se dejaba ver siempre igual, bajo el hechizo de la monotonía que había dormido a su inspiración desde hace mucho tiempo. El silencio le resultaba pesado, cargado del llanto de los tristes que ven en la noche ese rincón perfecto para ser invisibles.
Hurgó en el desorden del piso y encontró la cajetilla, arrancó el filtro de un cigarro y lo encendió luego de dos cerillos suicidas, o de que la torpeza de sus manos cansadas se concentrara en temblar alrededor de la punta. Las frenéticas chupadas llenaban al cuarto con el grito del cigarrillo, la música del fuego. Su incandescente punta lo seducía, el sonido parecía quemar todos los llantos que percibía en el aire nocturno, todas las penas que le resultaban ridículas. Pensó en la punta como una mujer enamorada, y su abrigo que lo protegía del mundo, su pasión siempre encendida, que resplandecía cada vez que él jugaba con sus labios en su cuerpo. Pensó en Morgana, la vio
El instinto del que todos hemos padecido o con el que todos hemos disfrutado, lo llevó a jugar con el calor, con la divina satisfacción que le daba el manipular la impredecible forma del fuego. Se enamoró del cáncer. Hacía el amor con el dolor que le provocaba, tan distinto al causado por cualquier mujer, lejano a cualquier dolor enviciante que lo cegaba y lo llevaba de la mano al mundo gris que tanto aborrecía. El dolor del cigarro lo apartaba, lo convertía en un ser arrogante, peligroso o simplemente estúpido, pensaba en lo bueno de cualquier cosa que lo excluyera de sus visiones diarias.
Fumó el cigarro hasta quemarse los dedos, y se sintió poseído. A su lado Morgana descansaba, y no podía creer la pasividad con la que lo hacía. Lo apagó en sus caderas y ella despertó con un grito, justo con el grito que él esperaba oír en esa noche tan cargada de penares ajenos. Se ahogó el silencio pesado, empezó el rito de seducción.
Morgana estaba alterada, avivada, intensificada por el dolor que el fuego grabó en sus caderas. Él, excitado, no podía dejar de ver la hipnótica cicatriz que había dibujado en la carne de su amada. Morgana volvió a hurgar en el desorden del piso, encontró los tabacos y encendió uno. Fumaba y, siempre callada, se daba pequeños toques alrededor de la nueva herida, él sonrió pensando en la posibilidad de haber escuchado su mente
- ¿Estas retocando mi obra?
- Imbécil, que idiota, me dolió… sabes que soy adicta.
Ella fumó una última vez y estiró el brazo izquierdo, el se abalanzó sobre el cigarro, justo antes de que Morgana lo apagara en la piel pulcra de su lado zurdo. Fumó una última vez y desprendió el cogollo encendido sobre la palma de su mano. Se consumió por completo bajo la delirante mirada de ambos. Luego, él saltó encima de su mujer, la besó con la delicadeza con la que se fuma en una noche de luna. Pero Morgana lo rechazó. Se paró, se vistió y se fue en un rito siempre temido por el.
Esperó en la casa, sentado, oyendo la pesada melodía de su tristeza, intuyendo el regreso, caminando, fumando, sintiendo miedo, parado, acostado, lejos de la guitarra. Pasaron dos noches, y a la tercera, la puerta rechinó. Él salió de su posición fetal y la vio, como iluminada con un fulgor desconocido. Se acercó a la cama y se desvistió, fue cuando él se puso blanco al ver que en su espalda resaltaba el relieve de cientos de cicatrices. Ya en la cama ella rompió el silencio
- No puedo explicarte porqué están ahí, sé que no me lo creerías.
El silencio y la noche devoraron sus mentes, cayeron dormidos con miedo y los dos soñaron con gusanos enroscados en sus vientres. La noche se fue en medio de los gemidos de angustia de ambos . Al despertar, las cicatrices habían desaparecido.
miércoles, agosto 09, 2006
Nada
Alguien acaricia el silencio de esta noche difunta.
Ni la muerte se atreve a tejerme un suspiro.
Entre tanta inmensidad de vacío,
entre tanta nada
se levanta
La puntualidad de la nostalgia a medianoche,
la inutilidad e impertinencia de la palabra,
el alma arrodillada que se humilla,
la mano extendida que clama por otra,
el aire que se escapa de mis dedos retorcidos,
la ausencia voluntaria de algún dios,
la silueta de quien me abandona,
la sospechosa ausencia de la luz,
los otros usos de la lágrima,
el dolor y su amarga resignación al tiempo,
la imperiosa necesidad de llorar con mi pluma.
Nada queda más que el grito apagado
que se filtra entre estos versos
que mi tinta ha desnudado.
Nada más que algún nombre mojado,
húmedo entre la saliva,
tibio, atrapado.
En esta noche que muere
soy yo quien extiende raíces al vacío
Soy yo quien acaricia al silencio.
Ni la muerte se atreve a tejerme un suspiro.
Entre tanta inmensidad de vacío,
entre tanta nada
se levanta
La puntualidad de la nostalgia a medianoche,
la inutilidad e impertinencia de la palabra,
el alma arrodillada que se humilla,
la mano extendida que clama por otra,
el aire que se escapa de mis dedos retorcidos,
la ausencia voluntaria de algún dios,
la silueta de quien me abandona,
la sospechosa ausencia de la luz,
los otros usos de la lágrima,
el dolor y su amarga resignación al tiempo,
la imperiosa necesidad de llorar con mi pluma.
Nada queda más que el grito apagado
que se filtra entre estos versos
que mi tinta ha desnudado.
Nada más que algún nombre mojado,
húmedo entre la saliva,
tibio, atrapado.
En esta noche que muere
soy yo quien extiende raíces al vacío
Soy yo quien acaricia al silencio.
martes, agosto 08, 2006
DIOS NIGROMANTE
Sentado frente al desfile, cansado.
Con las rodillas llenas de sangre, las manos duras
y las penas desnudas bailoteando alrededor de mi corona.
El suelo caliente marca el devenir del tiempo:
ríos, piedras fundidas en un grito, canto para ciegos enamorados.
La luna y su incesante parpadeo,
los días tambaleándose entre luz y oscuridad
al igual que las mil metáforas de los hombres
El diario ejercicio de la nigromancia
sacude mi paz, la que habita
dentro de las tantas muertes a las que acecho,
el orgasmo, el sueño, la risa,
la envidia de un dios que a diario se humaniza
por los dos segundos en los que me despoja de todo
y me arroja a la vigilia de la vida y el tiempo.
Me despierta y, como títere de humo,
hace que mi vida penda del viento impredecible.
Los diamantes del sol trizan mi mirada de cristal,
el ojo cíclope de la noche masturba mi tristeza.
Esta existencia tan mía, transfigura en un ente
que repta, deseoso de ver a sus encías
ensangrentadas por haber mordido hasta el último reloj,
el ultimo segundero, la ultima melodía humana.
Infame hijo del sol y de la luna
tiempo arcaico de Mayas, de Celtas, de Incas,
ennegrecido por el humo de las industrias,
elevado al espacio sublime del miedo
en donde el hombre ve su condena
en ese caminar musical que surca
fértiles suspiros llenos de odio.
Siempre detrás del inevitable fracaso,
siempre huyendo del postrero silencio.
Tiempo de piedra, no te congeles
desaparece...conmigo
Con las rodillas llenas de sangre, las manos duras
y las penas desnudas bailoteando alrededor de mi corona.
El suelo caliente marca el devenir del tiempo:
ríos, piedras fundidas en un grito, canto para ciegos enamorados.
La luna y su incesante parpadeo,
los días tambaleándose entre luz y oscuridad
al igual que las mil metáforas de los hombres
El diario ejercicio de la nigromancia
sacude mi paz, la que habita
dentro de las tantas muertes a las que acecho,
el orgasmo, el sueño, la risa,
la envidia de un dios que a diario se humaniza
por los dos segundos en los que me despoja de todo
y me arroja a la vigilia de la vida y el tiempo.
Me despierta y, como títere de humo,
hace que mi vida penda del viento impredecible.
Los diamantes del sol trizan mi mirada de cristal,
el ojo cíclope de la noche masturba mi tristeza.
Esta existencia tan mía, transfigura en un ente
que repta, deseoso de ver a sus encías
ensangrentadas por haber mordido hasta el último reloj,
el ultimo segundero, la ultima melodía humana.
Infame hijo del sol y de la luna
tiempo arcaico de Mayas, de Celtas, de Incas,
ennegrecido por el humo de las industrias,
elevado al espacio sublime del miedo
en donde el hombre ve su condena
en ese caminar musical que surca
fértiles suspiros llenos de odio.
Siempre detrás del inevitable fracaso,
siempre huyendo del postrero silencio.
Tiempo de piedra, no te congeles
desaparece...conmigo
martes, agosto 01, 2006
Regreso al hogar en ruinas
A C.
Incapaz de ti
tropiezo con tu nombre,
sonido infiel,
memoria difuminada,
eclipse celeste encerrado en su silencio.
–Hoy casi he podido olvidarte–
Incapaz de ti
abrigo tus formas,
demenciales permutaciones de la noche,
occisos adolescentes
urgidos en la turgencia del beso.
Incapaz de ti
puedo fingir,
jugar a la depresión,
respirar vidrios rotos,
sentir honesta alegría.
–Eras hermosa cuando te encontré,
hoy casi pude olvidarte
creo, algún día podré humillarte–
Incapaz de ti
puedo esperar,
acompañar al alcohol,
provocar círculos de hombres,
regresar a una página leída,
seducir a mi espera,
descansar en tu recuerdo.
Incapaz de ti
puedo olvidar
o sostener colores antiguos
con las pinzas de la edad,
puedo olvidar
o prodigar lágrimas esquivas
con el tormento de la ausencia,
puedo olvidar
u obsesionarme en tu decadencia,
en mi escritura infame.
–Hoy te olvidé: sentencia de muerte–.
Poema premiado en el Concurso Nacional de Poesía Escrita organizado por el Centro Internacional de Estudios Poéticos del Ecuador
Incapaz de ti
tropiezo con tu nombre,
sonido infiel,
memoria difuminada,
eclipse celeste encerrado en su silencio.
–Hoy casi he podido olvidarte–
Incapaz de ti
abrigo tus formas,
demenciales permutaciones de la noche,
occisos adolescentes
urgidos en la turgencia del beso.
Incapaz de ti
puedo fingir,
jugar a la depresión,
respirar vidrios rotos,
sentir honesta alegría.
–Eras hermosa cuando te encontré,
hoy casi pude olvidarte
creo, algún día podré humillarte–
Incapaz de ti
puedo esperar,
acompañar al alcohol,
provocar círculos de hombres,
regresar a una página leída,
seducir a mi espera,
descansar en tu recuerdo.
Incapaz de ti
puedo olvidar
o sostener colores antiguos
con las pinzas de la edad,
puedo olvidar
o prodigar lágrimas esquivas
con el tormento de la ausencia,
puedo olvidar
u obsesionarme en tu decadencia,
en mi escritura infame.
–Hoy te olvidé: sentencia de muerte–.
Poema premiado en el Concurso Nacional de Poesía Escrita organizado por el Centro Internacional de Estudios Poéticos del Ecuador
jueves, julio 13, 2006
un caracol fuera del circulo
Silencioso, desenvuelvo mi pena
acabados los dos segundos que me harían libre.
Opto por el descabellado intento de volar hacia abajo.
Los cristales marcan las huellas de mis pasos:
divagaciones póstumas de un niño que no quiso crecer
anhelos vírgenes de un anciano con miedo.
Marcas indescifrables de lo que es estar atado
a la rueda imperecedera del tiempo
y sus colmillos afilados sobre las esperanzas de los tristes.
Huellas que dejan en mis suspiros
llagas perversas, alojadas en las arrugas de mis ojos
arrugas que delatan la macilenta fuerza de mis manos,
manos que esconden un secreto,
que surcan con música en el aire gris que nos corroe
Discreta contemplación del que tiene miedo de asomarse,
y se ve arrodillado frente a él mismo
agotado por tratar de escapar,
harto de querer dejar un cuerpo cansado de sostenerse
sobre ideas vanas, que lo definen como siervo
Un niño triste busca nuevos laberintos, ya no grises ni azules.
Las luces que lo cegaron ya no llaman a su instinto.
Niño triste que aprendió el arte de caminar en los bosques
viendo siempre, firme, hacia una estrella,
solo una, siempre la misma, la que posiblemente esté muerta
La esperanza es lo primero que un hombre libre deja a un lado.
La espera deja de ser una mujer vestida de negro
ve con odio a la leche, con odio mira el suelo
Niño que aprendió a defenderse
gracias al sempiterno arte de odiarse a él mismo
Palabras que no encuentran un caracol
por donde caer libres hacia el centro,
palabras que no encuentran defensas,
escudos lanzados al fuego
el agua fría que lo oxida todo
Nadie sabrá entender
lo que un hombre hace por perderse…
acabados los dos segundos que me harían libre.
Opto por el descabellado intento de volar hacia abajo.
Los cristales marcan las huellas de mis pasos:
divagaciones póstumas de un niño que no quiso crecer
anhelos vírgenes de un anciano con miedo.
Marcas indescifrables de lo que es estar atado
a la rueda imperecedera del tiempo
y sus colmillos afilados sobre las esperanzas de los tristes.
Huellas que dejan en mis suspiros
llagas perversas, alojadas en las arrugas de mis ojos
arrugas que delatan la macilenta fuerza de mis manos,
manos que esconden un secreto,
que surcan con música en el aire gris que nos corroe
Discreta contemplación del que tiene miedo de asomarse,
y se ve arrodillado frente a él mismo
agotado por tratar de escapar,
harto de querer dejar un cuerpo cansado de sostenerse
sobre ideas vanas, que lo definen como siervo
Un niño triste busca nuevos laberintos, ya no grises ni azules.
Las luces que lo cegaron ya no llaman a su instinto.
Niño triste que aprendió el arte de caminar en los bosques
viendo siempre, firme, hacia una estrella,
solo una, siempre la misma, la que posiblemente esté muerta
La esperanza es lo primero que un hombre libre deja a un lado.
La espera deja de ser una mujer vestida de negro
ve con odio a la leche, con odio mira el suelo
Niño que aprendió a defenderse
gracias al sempiterno arte de odiarse a él mismo
Palabras que no encuentran un caracol
por donde caer libres hacia el centro,
palabras que no encuentran defensas,
escudos lanzados al fuego
el agua fría que lo oxida todo
Nadie sabrá entender
lo que un hombre hace por perderse…
sábado, junio 24, 2006
Peste
Tus ruidos destilan
el veneno que otorgas,
tus palabras evocan
el primer silencio de los ajusticiados,
tus manos anuncian
los sabores perdidos,
los placeres amargos,
tus muslos murmuran
el grito ausente de un esclavo impúdico,
el amor definitivo de la luna en llamas,
tus pechos sentencian
la muerte perpleja ante venablos rubios,
el tiempo diletante en la profundidad del vaso,
tus ojos dos vidrios rotos clavados en las manos,
dos gatos sabios
que devoran a sus crías,
plagas que nacen para redimirnos.
Poema premiado en el Concurso Nacional de Poesía Escrita organizado por el Centro Internacional de Estudios Poéticos del Ecuador
domingo, mayo 14, 2006
Lugar común
Quiebra el pasillo, raudo, ajeno al mundo, cruza dos puertas paralelas, desteñidas e idénticas, antes de entrar en la suya .
Ha sido estricto en la rutina; pestañear, deprimirse del otro, del reflejo, vestir el traje descosido y plateado, última huella de la adolescencia perdida y el simpático orgullo. Ha procurado ataviar la costumbre: sonrió a ojos, manos, gestos estudiados, imprecisos e inútiles, se quejó del tiempo y las canas, observó al amor que espera y no pide, acompañó al alcohol.
Se siente exhausto, agotado de la inmensa responsabilidad de ser un nadie entre los miles de nadie que la ciudad reúne y distingue. Está cansado de la representación histriónica, sistemática, ineludible y vital.
Cierra la puerta, deja la pluma infame, borra la imagen última, se acuesta, enciende un tabaco, acerca la navaja y se abandona al oprobio.
Lamentablemente, también eso, estaba previsto.
Ha sido estricto en la rutina; pestañear, deprimirse del otro, del reflejo, vestir el traje descosido y plateado, última huella de la adolescencia perdida y el simpático orgullo. Ha procurado ataviar la costumbre: sonrió a ojos, manos, gestos estudiados, imprecisos e inútiles, se quejó del tiempo y las canas, observó al amor que espera y no pide, acompañó al alcohol.
Se siente exhausto, agotado de la inmensa responsabilidad de ser un nadie entre los miles de nadie que la ciudad reúne y distingue. Está cansado de la representación histriónica, sistemática, ineludible y vital.
Cierra la puerta, deja la pluma infame, borra la imagen última, se acuesta, enciende un tabaco, acerca la navaja y se abandona al oprobio.
Lamentablemente, también eso, estaba previsto.
viernes, mayo 12, 2006
Catedral
Ciento veintinueve mil seicientos segundos atrás
mi alma se reclina en tu cuerpo
Vacío
busca la catedral.
Reminiscencia de héroes
lejanos.
Tres mil trescientos cinco años atrás,
la catedral ataviada de broncíneas armaduras.
La catedral
Semejante a dioses antiguos,
Lanza mortales saetas
desde las alturas olímpicas.
Eres el dios esmintio del arco exacto
y a la vez el héroe ligero que cae
y se disuelve en el polvo.
Sagradamente,
dejaré que soples tu aliento en mi boca,
romperé las promesas divinas.
Me entregaré
cada tarde
efímera.
Cuarenta y tres mil doscientos segundos atrás
rituales y ceremonias infinitas
se simplifican en mis ojos,
que solo existen por el instante
en que se abre la catedral.
C. A.
El vacío imprime letras
tus pupilas exceden
las cuerdas de tus ojos
i les brotan pelos
i se secan
i enrojecen
i en un acto
de la más agresiva soberbia
compiten con el crepúsculo
dejándose sangrar
P. C.
i les brotan pelos
i se secan
i enrojecen
i en un acto
de la más agresiva soberbia
compiten con el crepúsculo
dejándose sangrar
P. C.
Me pides un ojo
El (la) DOBLE
estar afuera
cuando no existe
nada
o más bien
cuando la nada
existe
o más bien
cuando no existo
en nada
entonces afuera
atrás del tiempo
atrás del espacio
retrasado
siempre
retrasado
llegar siempre tarde
tarde al nacer
tarde al abrazo
tarde
C. A.
nada
o más bien
cuando la nada
existe
o más bien
cuando no existo
en nada
entonces afuera
atrás del tiempo
atrás del espacio
retrasado
siempre
retrasado
llegar siempre tarde
tarde al nacer
tarde al abrazo
tarde
C. A.
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