martes, diciembre 12, 2006

PALMAS



Varias formas dibujan las palmas,
portales labran, portales cruzan,
reúnen círculos que se escurren luego, en espiral.

Ven las inenarrables sacudidas que destruyen al cuerpo enfermo, no
sólo hacia adentro, y que alivian la insostenible llaga del que vive.

Las manos cansadas liberan un grito sin el que resplandecen,
grito que siempre duerme sobre el débil, sobre nosotros,
luego de vagar bajo la caricia del caos,
que desmenuza cada segundo del eterno presente,
que se mueve por las fibras del yoga
contaminando al todo con él mismo, de algún reflejo,
tribulación para la mirada de algún guerrero.
Reflejo de otro como él que resguarda secretos de paz,
paz que se presenta nunca igual.

Ahí, frente al espejo, el ser escoge un rumbo,
el ineludible cruce de vías despreocupa en la decisión al libre.
Ser canal resulta un triunfo punzante,
la mirada está cansada de mirar siempre lo mismo,
se expanden los ojos marchitos, hacía adentro,
ven la luz y observan lo que ella toca,
el vacío y sus ciclos impensables.

La paciencia destruye al ser hacia afuera de su cuerpo,
hacía el otro que lo aísla por nostalgia,
por verse distante, por sentir afilado
el trascendente respirar del que espera en quietud
a que se construyan firmes sus pilares.

Las palmas dibujan un claro panorama,
incierto para los que olvidan, ridículo para los que olvidan.
Reposan sobre el ojo que revolotea como albor de anciano.
Sanan y castigan, su magia crea y destruye.
Carne y sangre que le habla a los ojos.
Uñas como espejos, uñas proyectadas.
Surcos de música y de ruido.
Amor y odio se escapan por las palmas.
La lujuria y la ternura se pelean su espacio.
Palmas como Belén y sus disputas.
Fuerza que ahorca cualquier maniqueísmo.
Símbolo eterno de lo que es la totalidad.
Palmas que una a otra se unen como a un reflejo.

martes, diciembre 05, 2006

- Listos los cuerpos, prepararon la carroza y los cargaron. Imagínese, nunca se supo más de esa pobre gente.

- Cómo cree, si los han visto en otras latitudes, bailando con gente que no conocemos.

El cuarto apestaba, como si del infierno hubiesen salidos cientos de diablos, iracundos. Los veían en cada esquina, junto a formas ondulantes. La luz iba y venía y jugaba con las sombras y objetos; la mesa se mecía como una embarcación; el armario temblaba al ritmo del reloj.

- Tenían trato con Dios sabe qué; decía la gente que podían realizar maravillas y cosas más sorprendentes aún.

- ¡Pobres!

- Pobres los zapatos, olían mal.

- Es que comían carne.