El uno ha encontrado la ciencia universal
y no sabe como morir para escapar
a las torturas de su triunfo
E L
La desesperante batalla contra el insomnio había terminado, sabía que no tenía más que esperar a que sus ojos decidan cerrarse tras la voluntad del sueño. Pensó en la música, pero esos días nada lograba satisfacerlo. Las melodías de siempre le resultaban o tediosas o estridentes, su música se dejaba ver siempre igual, bajo el hechizo de la monotonía que había dormido a su inspiración desde hace mucho tiempo. El silencio le resultaba pesado, cargado del llanto de los tristes que ven en la noche ese rincón perfecto para ser invisibles.
Hurgó en el desorden del piso y encontró la cajetilla, arrancó el filtro de un cigarro y lo encendió luego de dos cerillos suicidas, o de que la torpeza de sus manos cansadas se concentrara en temblar alrededor de la punta. Las frenéticas chupadas llenaban al cuarto con el grito del cigarrillo, la música del fuego. Su incandescente punta lo seducía, el sonido parecía quemar todos los llantos que percibía en el aire nocturno, todas las penas que le resultaban ridículas. Pensó en la punta como una mujer enamorada, y su abrigo que lo protegía del mundo, su pasión siempre encendida, que resplandecía cada vez que él jugaba con sus labios en su cuerpo. Pensó en Morgana, la vio
El instinto del que todos hemos padecido o con el que todos hemos disfrutado, lo llevó a jugar con el calor, con la divina satisfacción que le daba el manipular la impredecible forma del fuego. Se enamoró del cáncer. Hacía el amor con el dolor que le provocaba, tan distinto al causado por cualquier mujer, lejano a cualquier dolor enviciante que lo cegaba y lo llevaba de la mano al mundo gris que tanto aborrecía. El dolor del cigarro lo apartaba, lo convertía en un ser arrogante, peligroso o simplemente estúpido, pensaba en lo bueno de cualquier cosa que lo excluyera de sus visiones diarias.
Fumó el cigarro hasta quemarse los dedos, y se sintió poseído. A su lado Morgana descansaba, y no podía creer la pasividad con la que lo hacía. Lo apagó en sus caderas y ella despertó con un grito, justo con el grito que él esperaba oír en esa noche tan cargada de penares ajenos. Se ahogó el silencio pesado, empezó el rito de seducción.
Morgana estaba alterada, avivada, intensificada por el dolor que el fuego grabó en sus caderas. Él, excitado, no podía dejar de ver la hipnótica cicatriz que había dibujado en la carne de su amada. Morgana volvió a hurgar en el desorden del piso, encontró los tabacos y encendió uno. Fumaba y, siempre callada, se daba pequeños toques alrededor de la nueva herida, él sonrió pensando en la posibilidad de haber escuchado su mente
- ¿Estas retocando mi obra?
- Imbécil, que idiota, me dolió… sabes que soy adicta.
Ella fumó una última vez y estiró el brazo izquierdo, el se abalanzó sobre el cigarro, justo antes de que Morgana lo apagara en la piel pulcra de su lado zurdo. Fumó una última vez y desprendió el cogollo encendido sobre la palma de su mano. Se consumió por completo bajo la delirante mirada de ambos. Luego, él saltó encima de su mujer, la besó con la delicadeza con la que se fuma en una noche de luna. Pero Morgana lo rechazó. Se paró, se vistió y se fue en un rito siempre temido por el.
Esperó en la casa, sentado, oyendo la pesada melodía de su tristeza, intuyendo el regreso, caminando, fumando, sintiendo miedo, parado, acostado, lejos de la guitarra. Pasaron dos noches, y a la tercera, la puerta rechinó. Él salió de su posición fetal y la vio, como iluminada con un fulgor desconocido. Se acercó a la cama y se desvistió, fue cuando él se puso blanco al ver que en su espalda resaltaba el relieve de cientos de cicatrices. Ya en la cama ella rompió el silencio
- No puedo explicarte porqué están ahí, sé que no me lo creerías.
El silencio y la noche devoraron sus mentes, cayeron dormidos con miedo y los dos soñaron con gusanos enroscados en sus vientres. La noche se fue en medio de los gemidos de angustia de ambos . Al despertar, las cicatrices habían desaparecido.
6 comentarios:
La punta de un cigarrillo como una mujer enamorada... La seducción que encierra cada pitada, el fuego que se aviva y decae, la condición casi divina del tabaco y del sexo... me encanta... Ese placer de escuchar el consumo lento pero vivo del cigarrillo, sostenerlo hasta que queme los dedos, parecido al dolor masoquista al que el hombre se entrega frente a una mujer desnuda... La relación es perfecta. Los gemidos de angustia, las cicatrices, la indeterminación de la música, la espera en posición fetal, la entrega al dolor... La esencia de los dos personajes solo existe en su posición horizontal... levantarse, caminar, marcharse, regresar, parecen ser solo momentos donde se desvinculan de sí mismos...
También me gusta porque de cierta manera algo tuyo se dibuja entre las líneas del cuento...
La ralidad en el lecho, la metáfora en el cigarrillo, si lo veo así mi cáncer no será del todo real.
Me encantó.
Rojo y negro, El, Morgana, desde la primera pitada, de lo leído el mejor relato de la generación.
de donde te sacaste mi historia?
de tu mente
malditos
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