sábado, mayo 03, 2014
Esto es todo
Yo sabía que había un tigre debajo de la cama, un orangután en el armario y una araña gigante dentro de un zapato.
Te amaba tanto que para que durmieras tranquila me levantaba por las noches y les daba de comer al tigre, al orangután y a la araña.
Como no me amabas te resultó fácil creerme loco y no quisiste más vivir conmigo.
Me obligaste a tomar un tren.
Casi todos los pasajeros descansan con los ojos cerrados.
Yo no.
No puedo relajarme.
Miro la luna por la ventanilla y pienso que estás dormida y que no sabes que hay un tigre debajo de la cama, un orangután en el armario y una araña gigante dentro de un zapato.
JOSÉ SBARRA
Preguntas de un obrero que lee
¿Quién construyó Tebas, la de las siete Puertas?
En los libros aparecen los nombres de los reyes.
¿Arrastraron los reyes los bloques de piedra?
Y Babilonia, destruida tantas veces,
¿quién la volvió siempre a construir? ¿En qué casas
de la dorada Lima vivían los constructores?
¿A dónde fueron los albañiles la noche en que fue ter-
minada la Muralla China? La gran Roma
está llena de arcos de triunfo. ¿Quién los erigió?
¿Sobre quiénes
triunfaron los Césares? ¿Es que Bizancio, la tan cantada,
sólo tenía palacios para sus habitantes? Hasta en la
legendaria Atlántida,
la noche en que el mar se la tragaba, los que se hundían,
gritaban llamando a sus esclavos.
El joven Alejandro conquistó la India.
¿Él solo?
César derrotó a los galos.
¿No llevaba siquiera cocinero?
Felipe de España lloró cuando su flota
Fue hundida. ¿No lloró nadie más?
Federico II venció en la Guerra de los Siete Años
¿Quién
venció además de él?
Cada página una victoria.
¿Quién cocinó el banquete de la victoria?
Cada diez años un gran hombre.
¿Quién pagó los gastos?
Tantas historias.
Tantas preguntas.
Bertolt Brecht
Obsesión de vivir
Un poeta under al que se debe rescatar de su olvido:
¿A dónde iremos a dar con nuestra sangre sucia?
¿Habrá algún sitio para los solitarios,
para los que no compusimos sinfonías,
para los que no supimos hacer estallar en colores nuestra tristeza?
Para los que no hicimos concesiones,
para los empecinados,
para los que pretendimos el todo, la libertad absoluta y
nos quedamos con el ardor de la nada.
Habrá piedad para los que jugamos a cara ...o seca
y perdimos?
¿A dónde iremos los que olvidamos sonreír en el
momento necesario;
los que no supimos retroceder
cuando retroceder significaba avanzar?
¿Dónde acabaremos los que nunca fuimos inocentes?
¿Quién se apiadara de los desesperanzados
cuando todo haya concluido
y hoy mismo
y esta misma tarde
y en este tedioso instante
quien golpeara la puerta para traer algo
que no sea indiferencia,
desprecio por nosotros,
asco de nuestras caras
o la boleta del gas?
¿En que infierno acabaremos los equivocados,
los que no fuimos genios,
los que no fuimos dioses,
los que sobrevivimos de prestado?
que conocimos la luz y nos detuvimos a jugar con las sombras?
¿Qué será de los vencidos ilesos?
¿Qué será de los fracasados?
José Sbarra
¿A dónde iremos a dar con nuestra sangre sucia?
¿Habrá algún sitio para los solitarios,
para los que no compusimos sinfonías,
para los que no supimos hacer estallar en colores nuestra tristeza?
Para los que no hicimos concesiones,
para los empecinados,
para los que pretendimos el todo, la libertad absoluta y
nos quedamos con el ardor de la nada.
Habrá piedad para los que jugamos a cara ...o seca
y perdimos?
¿A dónde iremos los que olvidamos sonreír en el
momento necesario;
los que no supimos retroceder
cuando retroceder significaba avanzar?
¿Dónde acabaremos los que nunca fuimos inocentes?
¿Quién se apiadara de los desesperanzados
cuando todo haya concluido
y hoy mismo
y esta misma tarde
y en este tedioso instante
quien golpeara la puerta para traer algo
que no sea indiferencia,
desprecio por nosotros,
asco de nuestras caras
o la boleta del gas?
¿En que infierno acabaremos los equivocados,
los que no fuimos genios,
los que no fuimos dioses,
los que sobrevivimos de prestado?
que conocimos la luz y nos detuvimos a jugar con las sombras?
¿Qué será de los vencidos ilesos?
¿Qué será de los fracasados?
José Sbarra
domingo, abril 13, 2014
Página Oficial
"¿Por qué la literatura sólo empieza cuando es pregunta?", "Quién tiende este silencio a secarse entre las sombras?", "Quién arranca con las manos polvo de sus propios llantos?", "Quién retorna a la isla solo como nunca"; "Con entera seguridad se puede escribir sin preguntarse por qué se escribe", "nosotros seguramente, no escribimos para ti, pero si para que nos leas y te pierdas de a poco", "escribimos para un cadáver de mil ojos que todos matamos y que tiene el peso exacto de un texto inacabado", "escribimos para encontrar la verdad que reposa en el fondo del vaso"; "una mirada desde la alcantarilla puede ser una visión del mundo", "la rebelión consiste en mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos." "¿Y por qué no dicen algo? ¿Y para qué este gran silencio?". "El tiempo que no curará nuestras cicatrices", "Hay que ser loco, idiota o muy audaz para escribir en estos días que todo esta dicho", "¿Qué queda por hacer que no se haya hecho y qué queda por decir que no se haya dicho?"; "quién de nosotros puede vanagloriarse de haber escrito una sola página, una frase completa que no se encuentre escrita casi igual o exactamente igual en otra parte"; "¿Acaso toda lectura no es ya un presentimiento confuso de nuestra escritura posible?". "Mentimos para no mentirnos", "hablamos para no ver, como un poema enterado del silencio de las cosas"; "expuestos, pedimos la misma entrega; silentes, esperamos el mismo olvido; que nos acoja pronto."
Consejo editorial
miércoles, febrero 06, 2013
El signo del respeto
Cuando Novak Djokovic gana y avanza a semifinales, al borde del court central declara: “Es un honor jugar en este estadio-coliseo”.
Roma tiene una evocación emotiva incomparable en la memoria colectiva,
fue declarada por los mejores maratonistas del globo como la ciudad más
sugestiva del mundo para correrla (algo similar al acierto de mostrar el
centro histórico de Quito iluminado con el pretexto de la “Ruta de las
Iglesias”), pero Roma es un exhalar devastante en cada ángulo, y los
mejores tenistas de este tiempo nunca faltan a su cita. El abierto
internacional BNL de Italia es una meta de todos aquellos elegidos que
se enfrentan en la arena ante un público atávico que idolatra a sus
vencedores.
El tenis es un deporte plenamente individual, una combinación de habilidad, fuerza, y sobre todo capacidad mental para resistir y sobreponerse. Un buen partido se asemeja a una batalla de gladiadores esperando y resistiendo al último golpe, no es coincidencia que la cancha de Roma sea hecha de arena. Aquí desfilan los grandes talentos pero todo tiene un costo: una cerveza 5€, un gadget 10, y la entrada para la final, como en los estadios latinoamericanos los revendedores agolpados y anónimos en los alrededores, te la ofrecen hasta en 400€. Ciertamente no somos diversos, cuando se trata de negocios todo el mundo “hace su agosto”.
En este espectáculo global hay un caballero suizo que destaca por su compostura y estética, características no propias de un tenista. Agassi, que jugó con los mejores de la historia, en su biografía Open lo define como: “la realeza”, después la prensa en una variante lo denominaría “su majestad”, con justicia porque es el jugador más victorioso de la historia, tiene más batallas vencidas que Federico el Grande y Atila juntos. Agassi prosigue: “compadezco a los jóvenes que deberán combatir contra él”.
Pero hay una virtud que lo diferencia a todo tipo de stars de este tiempo caótico, es humilde. La primera vez que lo vi esperé impaciente por su autógrafo y cuando firmó el nombre de mi hermano me preguntó si estaba bien o si Sebastián necesitaba tilde. Por eso ahora, sin dinero para ver su partido espero mi oportunidad para despistar a los hombres de la entrada y emocionarme con el brillo de su juego.
Roger Federer, en cuartos enfrenta al joven italiano Seppi. El público local es un tren de fervor pero cuando la realeza conduce el set 5-0 cae un grito de la tribuna: “Roger abbi pietà” (¡Roger ten piedad!”). Todos ríen porque alguien ha dicho lo que todos pensábamos ante una masacre; Federer, inmutable y respetuoso se disculpa y vence.
El tenis es un deporte plenamente individual, una combinación de habilidad, fuerza, y sobre todo capacidad mental para resistir y sobreponerse. Un buen partido se asemeja a una batalla de gladiadores esperando y resistiendo al último golpe, no es coincidencia que la cancha de Roma sea hecha de arena. Aquí desfilan los grandes talentos pero todo tiene un costo: una cerveza 5€, un gadget 10, y la entrada para la final, como en los estadios latinoamericanos los revendedores agolpados y anónimos en los alrededores, te la ofrecen hasta en 400€. Ciertamente no somos diversos, cuando se trata de negocios todo el mundo “hace su agosto”.
En este espectáculo global hay un caballero suizo que destaca por su compostura y estética, características no propias de un tenista. Agassi, que jugó con los mejores de la historia, en su biografía Open lo define como: “la realeza”, después la prensa en una variante lo denominaría “su majestad”, con justicia porque es el jugador más victorioso de la historia, tiene más batallas vencidas que Federico el Grande y Atila juntos. Agassi prosigue: “compadezco a los jóvenes que deberán combatir contra él”.
Pero hay una virtud que lo diferencia a todo tipo de stars de este tiempo caótico, es humilde. La primera vez que lo vi esperé impaciente por su autógrafo y cuando firmó el nombre de mi hermano me preguntó si estaba bien o si Sebastián necesitaba tilde. Por eso ahora, sin dinero para ver su partido espero mi oportunidad para despistar a los hombres de la entrada y emocionarme con el brillo de su juego.
Roger Federer, en cuartos enfrenta al joven italiano Seppi. El público local es un tren de fervor pero cuando la realeza conduce el set 5-0 cae un grito de la tribuna: “Roger abbi pietà” (¡Roger ten piedad!”). Todos ríen porque alguien ha dicho lo que todos pensábamos ante una masacre; Federer, inmutable y respetuoso se disculpa y vence.
G. C.
jueves, noviembre 24, 2011
Requiem
He visto morir a los seres determinantes de mi vida a distancias continentales,
pero eres tú quien me entrega la hoguera definitiva
para ser siempre el aliento de un ebrio atravesado
por todos los trenes fragmentados que tendrán que venir.
Celebraré la extinción del mundo
a mi manera austera de ver todo arder
desde esta eterna parálisis que narra mi miseria,
despojándome pacientemente
mientras el fuego arriba a las muletas,
a esta deserción permanente que soy.
Me mataré cuando pueda escribir que te he honrado.
No existe nadie que sostenga la fractura,
que equilibre las posibilidades
de memoria que me restas,
que intuya otra mácula
acumulada en la mirada,
el espanto que cruje al saber que nadie más
me deseara vivo como tú.
¿No hay motivo para el suicidio cuando
en tu vieja casa no queda ninguna voz
que conozca tu nombre?
El ruido del incendio
se extiende a lo lejos,
-yo siempre ausente de todo-
también de tu muerte,
haré del mundo una aldea de cadáveres,
para encontrarnos.
pero eres tú quien me entrega la hoguera definitiva
para ser siempre el aliento de un ebrio atravesado
por todos los trenes fragmentados que tendrán que venir.
Celebraré la extinción del mundo
a mi manera austera de ver todo arder
desde esta eterna parálisis que narra mi miseria,
despojándome pacientemente
mientras el fuego arriba a las muletas,
a esta deserción permanente que soy.
Me mataré cuando pueda escribir que te he honrado.
No existe nadie que sostenga la fractura,
que equilibre las posibilidades
de memoria que me restas,
que intuya otra mácula
acumulada en la mirada,
el espanto que cruje al saber que nadie más
me deseara vivo como tú.
¿No hay motivo para el suicidio cuando
en tu vieja casa no queda ninguna voz
que conozca tu nombre?
El ruido del incendio
se extiende a lo lejos,
-yo siempre ausente de todo-
también de tu muerte,
haré del mundo una aldea de cadáveres,
para encontrarnos.
lunes, diciembre 13, 2010
Regresamos desde el exilio...
El ejercicio de la escritura es una fuerza irreductible contra la que toda labor resulta una maniobra inútil; por más fuertes que sean arrojadas las piedras, las palabras, se termina reducido a arena antigua, cansada de enfrentarse a un muro invencible.
La fractura de mis vidas son imagenes perturbadas que se confrontan nerviosas,
es mi olvido de la escritura,
el cascajo compuesto de mis manos,
esta huida itinerante de lo que fui y ahora me es ajeno.
Me miro como un recuerdo furioso de temblar,
incapaz de encontrar los motivos de mi resistencia,
-mientras leo esta confesión, otra parte de mi está muriendo en el hospital- ,
sentado a esperar mi condena, en una ciudad donde cada esquina anida un revólver y un desocupado.
Estoy suficientemente cansado de romper los huesos que me quedan en exhibiciones peregrinas,
por eso camino a pérdida;
no hay nada que pueda escribir y valga la pena o que no haya sido rasguñado ya,
por otro mejor que yo.
Arriva todo con retardo y sin embargo no podré registrar todo lo que corra frente a mis ojos frenéticos.
Este cansancio de no ser me ha revelado una angustia franca;
la de un incendio incesante y dilatado al que los animales temen;
la de encender un cigarrillo con la decisión y calma de un asesino del que todos se alejan.
Es monstruoso explorar el proprio vértigo,
es infame tener el talento de exponer la vida en una mesa y destruirla indefinidamente
con un puñal de otra lengua,
con un exilio escogido por temor al futuro y a la insensibilidad,
es cruel no ver al hijo prematuro,
y saber que los amigos han olvidado el modo en que servías el alcohol en muro inclinado,
es terrible tener que irse y cambiar sin que el dolor se tamize nunca;
porque nadie sabe de ésta pobreza,
más grande que la de Haiti,
más infernal que la de todos los mineros de Chile,
más insufrible que llorar en Pompeya o frente a un desconocido porque has perdido la última colilla y ahora no queda nada para aplacar la miseria interna.
No importa cuanto uno se aleje del origen, en todo lugar el infierno emerge en un orinal, en un hexágono, en un espejo.
La fractura de mis vidas son imagenes perturbadas que se confrontan nerviosas,
es mi olvido de la escritura,
el cascajo compuesto de mis manos,
esta huida itinerante de lo que fui y ahora me es ajeno.
Me miro como un recuerdo furioso de temblar,
incapaz de encontrar los motivos de mi resistencia,
-mientras leo esta confesión, otra parte de mi está muriendo en el hospital- ,
sentado a esperar mi condena, en una ciudad donde cada esquina anida un revólver y un desocupado.
Estoy suficientemente cansado de romper los huesos que me quedan en exhibiciones peregrinas,
por eso camino a pérdida;
no hay nada que pueda escribir y valga la pena o que no haya sido rasguñado ya,
por otro mejor que yo.
Arriva todo con retardo y sin embargo no podré registrar todo lo que corra frente a mis ojos frenéticos.
Este cansancio de no ser me ha revelado una angustia franca;
la de un incendio incesante y dilatado al que los animales temen;
la de encender un cigarrillo con la decisión y calma de un asesino del que todos se alejan.
Es monstruoso explorar el proprio vértigo,
es infame tener el talento de exponer la vida en una mesa y destruirla indefinidamente
con un puñal de otra lengua,
con un exilio escogido por temor al futuro y a la insensibilidad,
es cruel no ver al hijo prematuro,
y saber que los amigos han olvidado el modo en que servías el alcohol en muro inclinado,
es terrible tener que irse y cambiar sin que el dolor se tamize nunca;
porque nadie sabe de ésta pobreza,
más grande que la de Haiti,
más infernal que la de todos los mineros de Chile,
más insufrible que llorar en Pompeya o frente a un desconocido porque has perdido la última colilla y ahora no queda nada para aplacar la miseria interna.
No importa cuanto uno se aleje del origen, en todo lugar el infierno emerge en un orinal, en un hexágono, en un espejo.
viernes, octubre 02, 2009
CONVERSANORIO-RECITAL
El martes 6 de octubre a las 19h00 en el Centro Cultural Benjamín Carrión debido a que el escritor Huilo Ruales regresa a Francia prontito, un grupo de escritores (Javier Lara, Fernando Paez de El Resto del Kombo Pachanguero + Jorge Gómez y Gonzalo Carvajal de Sexo idiota y La primera niña + otros sujetos...) de reputación discutible deleitarán al público con literatura y vino.
Entrada gratuita.
*El evento iniciará con puntualidad.
viernes, agosto 14, 2009
Explosión
Las noches de verano en las ciudades andinas son extremadamente frías. Aunque el aire esté libre de humedad, ráfagas de viento helado atraviesan todo lo que se cruza en sus caminos con sus heladas agujas, y hacen preferible quedarse en casa, o al calor de alguna taberna, esperando un momento más propicio para salir por allí a dar un paseo. Esta quizá no fue la primera causa de la cadena lógica que derivó implacablemente en mi muerte y en la de mi amigo, pero es la primera que puedo reconocer.
Esa noche preferí quedarme en casa, fumando y escribiendo un poco. Llegó entonces un amigo, quizá azuzado por las mismas razones que yo, y me invitó a fumar alguna cosa. Llené mi pipa, cogí cigarrillos y fosforera, y lo seguí por las escaleras interminables, iluminadas automáticamente en cada descanso, que conducen a la puerta blanca, grande y sencilla que abre el paso a la terraza.
Afuera, en la terraza, la ventisca soplaba encarnizada, violenta, expulsándonos de sus dominios como si fuéramos parias. Pero no podíamos fumar en otra parte, pues el olor que emanaría, perfectamente reconocible, podría ocasionarnos problemas. No teníamos elección.
En mi calamitoso estado actual, que no podría reconocer como anterior o posterior a mi muerte, tengo un recuerdo persistente, que viste los ropajes de la pesadilla. Recuerdo haber leído, alguna vez, las instrucciones de uso de una fosforera de bolsillo. Creo que nadie jamás lo ha hecho, pues todo el mundo sabe como funciona una fosforera. Es un mecanismo muy sencillo que nos da el poder mágico de lo que yo considero la tecnología más útil jamás alcanzada por el hombre; quizá el giro definitivo de nuestra evolución.
En las sencillas instrucciones donde nada resultaba novedoso para mí, apareció, sin embargo, un dato de mucha utilidad, que podría haber prevenido nuestro accidente. Decía, sin dilaciones y en una sola oración muy concisa, que no debía mantenerse encendida más de treinta segundos.
La noche del verano hacía imposible nuestra tarea. Soplaba tan fuerte que no era posible mantenerla encendida el tiempo suficiente para encender nuestras pipas. Entonces se nos ocurrió una idea muy práctica. Nos cobijamos junto a la pared izquierda de la puerta de la terraza, y nos agazapamos para mantener la fosforera lejos del vendaval, y poder encender lo que queríamos.
Luego de varios intentos, por fin logramos que encendiera. Nos acercamos ansiosamente para prender nuestras pipas, y tácitamente decidimos mantenerla encendida pues difícilmente lograríamos encenderla nuevamente. Así, nos turnábamos sobre el fuego aspirando profundamente, y exhalando con placer en el frío de esa noche, salpicada de estrellas y luces de los edificios que se levantaban para profanarla.
De pronto ocurrió. Recuerdo una luz intensa que todo lo abarcó de pronto, y un calor infernal que se posaba sobre mi piel y mi ropa. Ardí enloquecido por el dolor y volé algunos metros hasta estrellarme violentamente con el piso. Allí, tendido boca arriba, contemplé un cielo negro y estrellado que poco a poco, y a pesar del poder de las llamas que se cerraban sobre mí envolviéndome en su abrazo, se precipitaba en el abismo más oscuro.
Esa noche preferí quedarme en casa, fumando y escribiendo un poco. Llegó entonces un amigo, quizá azuzado por las mismas razones que yo, y me invitó a fumar alguna cosa. Llené mi pipa, cogí cigarrillos y fosforera, y lo seguí por las escaleras interminables, iluminadas automáticamente en cada descanso, que conducen a la puerta blanca, grande y sencilla que abre el paso a la terraza.
Afuera, en la terraza, la ventisca soplaba encarnizada, violenta, expulsándonos de sus dominios como si fuéramos parias. Pero no podíamos fumar en otra parte, pues el olor que emanaría, perfectamente reconocible, podría ocasionarnos problemas. No teníamos elección.
En mi calamitoso estado actual, que no podría reconocer como anterior o posterior a mi muerte, tengo un recuerdo persistente, que viste los ropajes de la pesadilla. Recuerdo haber leído, alguna vez, las instrucciones de uso de una fosforera de bolsillo. Creo que nadie jamás lo ha hecho, pues todo el mundo sabe como funciona una fosforera. Es un mecanismo muy sencillo que nos da el poder mágico de lo que yo considero la tecnología más útil jamás alcanzada por el hombre; quizá el giro definitivo de nuestra evolución.
En las sencillas instrucciones donde nada resultaba novedoso para mí, apareció, sin embargo, un dato de mucha utilidad, que podría haber prevenido nuestro accidente. Decía, sin dilaciones y en una sola oración muy concisa, que no debía mantenerse encendida más de treinta segundos.
La noche del verano hacía imposible nuestra tarea. Soplaba tan fuerte que no era posible mantenerla encendida el tiempo suficiente para encender nuestras pipas. Entonces se nos ocurrió una idea muy práctica. Nos cobijamos junto a la pared izquierda de la puerta de la terraza, y nos agazapamos para mantener la fosforera lejos del vendaval, y poder encender lo que queríamos.
Luego de varios intentos, por fin logramos que encendiera. Nos acercamos ansiosamente para prender nuestras pipas, y tácitamente decidimos mantenerla encendida pues difícilmente lograríamos encenderla nuevamente. Así, nos turnábamos sobre el fuego aspirando profundamente, y exhalando con placer en el frío de esa noche, salpicada de estrellas y luces de los edificios que se levantaban para profanarla.
De pronto ocurrió. Recuerdo una luz intensa que todo lo abarcó de pronto, y un calor infernal que se posaba sobre mi piel y mi ropa. Ardí enloquecido por el dolor y volé algunos metros hasta estrellarme violentamente con el piso. Allí, tendido boca arriba, contemplé un cielo negro y estrellado que poco a poco, y a pesar del poder de las llamas que se cerraban sobre mí envolviéndome en su abrazo, se precipitaba en el abismo más oscuro.
domingo, junio 14, 2009
FE
sábado, junio 13, 2009
Distancia
Ahora que las calles se ha vuelto impresionantemente inhabitables.
Ahora que los días vuelven y se ahogan en este pequeño charco
Ahora que los días vuelven y se ahogan en este pequeño charco
fuera de casa.
Ahora que los recuerdos quedan en los vidrios de las ventanas
que tu cuerpo no circula por esta habitación donde cuelgo tus fotos
ahora lo entiendo,
y esta distancia entre tu estar lejos y tu no estar desde hace tiempo
se ha vuelto asfixiante
y ya no puedo escribirlo.
Y aquí encerrado no puedo recordarlo.
Hoy es un poema pertinente del joven poeta chileno Guillermo García
domingo, junio 07, 2009
Fragmento de Invocación aleatoria al desastre
Una ruleta rusa no abolirá el azar
El futuro se teje en la sentina diaria
en el muro golpeado por cenizas
en los hijos que no tendremos.
El futuro se teje en la sentina diaria
en el muro golpeado por cenizas
en los hijos que no tendremos.
miércoles, junio 03, 2009
SENZA DI TE
Como una devastación y un franqueo,
las heridas de la noche y el ardor mutuo.
Algo está quebrado, -dices.
Los vacíos del espanto son puertos finales
en los desvaneceres del vientre.
Algo viene a mi que asesina el futuro,
queda una cuita en la mirada
y un sopor incesante
que anuncia vigilia.
No queda mucho por decir, y sin embargo
las alucinaciones postreras han sitiado insensibilidad
y un espasmo nervioso,
yo que ya no tengo sino rencor
del asco del mundo.
Hay un desdentado que camina sobre nosotros,
cadáveres acostumbrados a ver el infierno desde abajo,
dos incisivos suspendidos del vacío
como una máscara sorprendida asistiendo a su propio entierro,
famélica,
su propio montón de huesos apilados sobre un panteón romano
donde se hunden las palabras.
Lo siniestro
de perderte y borrar mi imagen,
disoluta a los ojos de los hombres
devastada a los propios,
ruinas ancestrales de una marioneta
que jamás hecho a andar.
El dolor del mundo está posado en tus ojos
y yo solo encuentro manicomio
para defendertede la peste.
La piel se confunde en la cicatriz,
ya las hordas de los ejércitos ajenos reclaman el féretro infractor,
los deudos de los muertos y
sus trastos inútiles,
la nostalgia de la que se alimentan los leprosos.
Una vida que se consume en una sílaba,
mientras el hijo alcohólico asesinaba
con la misma precisión como pisaba colillas.
Ningún rastro que nos encuentre,
ningún fulgor de llamado,
ninguna voz.
Solo niebla,
solo deseo de una bala atómica,
solo pasmo sobreviviendo a la ceguera,
abstracciones de la fiebre y el temblor
de la sombra y su reflejo hueco.
las heridas de la noche y el ardor mutuo.
Algo está quebrado, -dices.
Los vacíos del espanto son puertos finales
en los desvaneceres del vientre.
Algo viene a mi que asesina el futuro,
queda una cuita en la mirada
y un sopor incesante
que anuncia vigilia.
No queda mucho por decir, y sin embargo
las alucinaciones postreras han sitiado insensibilidad
y un espasmo nervioso,
yo que ya no tengo sino rencor
del asco del mundo.
Hay un desdentado que camina sobre nosotros,
cadáveres acostumbrados a ver el infierno desde abajo,
dos incisivos suspendidos del vacío
como una máscara sorprendida asistiendo a su propio entierro,
famélica,
su propio montón de huesos apilados sobre un panteón romano
donde se hunden las palabras.
Lo siniestro
de perderte y borrar mi imagen,
disoluta a los ojos de los hombres
devastada a los propios,
ruinas ancestrales de una marioneta
que jamás hecho a andar.
El dolor del mundo está posado en tus ojos
y yo solo encuentro manicomio
para defendertede la peste.
La piel se confunde en la cicatriz,
ya las hordas de los ejércitos ajenos reclaman el féretro infractor,
los deudos de los muertos y
sus trastos inútiles,
la nostalgia de la que se alimentan los leprosos.
Una vida que se consume en una sílaba,
mientras el hijo alcohólico asesinaba
con la misma precisión como pisaba colillas.
Ningún rastro que nos encuentre,
ningún fulgor de llamado,
ninguna voz.
Solo niebla,
solo deseo de una bala atómica,
solo pasmo sobreviviendo a la ceguera,
abstracciones de la fiebre y el temblor
de la sombra y su reflejo hueco.
miércoles, marzo 04, 2009
PERDER
ONE ART
The art of losing isn't hard to master;
so many things seem filled with the intent
to be lost that their loss is no disaster.
Lose something every day. Accept the fluster
of lost door keys, the hour badly spent.
The art of losing isn't hard to master.
Then practice losing farther, losing faster:
places, and names, and where it was you meant
to travel.
None of these will bring disaster.
I lost my mother's watch. And look! my last, or
next-to-last, of three loved houses went.
The art of losing isn't hard to master.
I lost two cities, lovely ones. And, vaster,
some realms I owned, two rivers, a continent.
I miss them, but it wasn't a disaster.
---Even losing you (the joking voice, a gesture
I love) I shan't have lied. It's evident
the art of losing's not too hard to master
though it may look like (Write it!) like disaster.
Elizabeth Bishop
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