Para los amigos,
El ácido abre puertas y detrás de
las puertas ya no hay nada.
las puertas ya no hay nada.
Ray Loriga, Tokio ya no nos quiere
Caminar con las rodillas sangrando, caer sobre botellas rotas y sobre todo vacías, vacío el hurto, vacío el espanto, vacía la vigilia que viene inmediatamente después del miedo y te asemeja a un insecto que colisiona sobre una puerta de vidrio insondablemente limpia, increíblemente transparente.
Caminar con las manos empuñadas porque en cualquier momento te asalta un hijueputa cualquiera, una vida viuda, la depresión de la mirada perpendicular al asfalto. Cuando salgo a la calle procuro jugar la última carta, all in en la sentencia de la vereda, un poco de ácido para alivianar las cargas y la cara de un apostador sin amigos.
Caminar de frente cuesta dos ojos y tres piernas, el equilibrio es el estado más difícil, tan incomprensible como ser natural, tan lejano como la coherencia; he vivido más de media vida buscando el desequilibrio, la sorpresa que pese en la memoria, la violencia, y ahora estoy cansado.
La vida me pesa como dos balas en los bolsillos, -si me quitas los lentes quizá no mire tu rostro, como los huesos de una mujer alojados en la pupila, como la grafofobia. La nausea me consume los pies, el tormento de la cabeza, la idiotez de un futuro y ante todo la expectativa, -atrás de tu sonrisa hay miedo y no soy yo el que te besará las cicatrices.
Saber que me muero enciende una preciosa pipa azul –la envidia de los amigos y los alumnos–, la alegría del humo provoca una bajada suave después de la contemplación y la risa, mientras tanto una pilsener estúpidamente fría me recuerda la aerofagia; la enfermedad me tiene suspendido de los incisivos y la verdadera amistad ajusta las cuerdas, no te ata los zapatos, –cuando te mueras me dejas tu pipa.
La estupidez humana, la no crítica, el extrañamiento, los rostros de dios en las suelas de las botas, tanto cabrón que molesta como sombra y que piensa escribe neologismos, darle un sentido a tu ausencia, Trieste como ocaso, el hedor de Venecia, la evanescencia de la niña rubia que habla con acento y solo tiene 17, jugarse la vida en una pecera de alcohol, este dejarse abandonar... -tus palabras me recuerdan mi suicidio; hay píldoras de todos los colores y mucha broza-vida por domar, atrás de los espejos de la muerte no hay mucha diversión.
Caminar con las manos empuñadas porque en cualquier momento te asalta un hijueputa cualquiera, una vida viuda, la depresión de la mirada perpendicular al asfalto. Cuando salgo a la calle procuro jugar la última carta, all in en la sentencia de la vereda, un poco de ácido para alivianar las cargas y la cara de un apostador sin amigos.
Caminar de frente cuesta dos ojos y tres piernas, el equilibrio es el estado más difícil, tan incomprensible como ser natural, tan lejano como la coherencia; he vivido más de media vida buscando el desequilibrio, la sorpresa que pese en la memoria, la violencia, y ahora estoy cansado.
La vida me pesa como dos balas en los bolsillos, -si me quitas los lentes quizá no mire tu rostro, como los huesos de una mujer alojados en la pupila, como la grafofobia. La nausea me consume los pies, el tormento de la cabeza, la idiotez de un futuro y ante todo la expectativa, -atrás de tu sonrisa hay miedo y no soy yo el que te besará las cicatrices.
Saber que me muero enciende una preciosa pipa azul –la envidia de los amigos y los alumnos–, la alegría del humo provoca una bajada suave después de la contemplación y la risa, mientras tanto una pilsener estúpidamente fría me recuerda la aerofagia; la enfermedad me tiene suspendido de los incisivos y la verdadera amistad ajusta las cuerdas, no te ata los zapatos, –cuando te mueras me dejas tu pipa.
La estupidez humana, la no crítica, el extrañamiento, los rostros de dios en las suelas de las botas, tanto cabrón que molesta como sombra y que piensa escribe neologismos, darle un sentido a tu ausencia, Trieste como ocaso, el hedor de Venecia, la evanescencia de la niña rubia que habla con acento y solo tiene 17, jugarse la vida en una pecera de alcohol, este dejarse abandonar... -tus palabras me recuerdan mi suicidio; hay píldoras de todos los colores y mucha broza-vida por domar, atrás de los espejos de la muerte no hay mucha diversión.
4 comentarios:
Tu texto va más allá de tu propia confesión, de tus propios miedos, de tus sombras. Entre tanto dolor y sufrimiento existe una necesidad de sentir todas estas mierdas en las que nos ahogamos. Escribir es una catarsis, destruirse una necesidad, morir una seguridad irrevocable.
No hay posturas aquí, solo tu confesión honesta y violenta, lanzada de un solo golpe, como un balde de agua sucia que se vuelca.
Si es que las felicitaciones literarias fueran pertinentes, te diría que te felicito. Pero eso es, quizás, lo de menos. Ahogarse en la literatura es la muerte deseada.
Un abrazo.
Diría algo parecido a lo que dijo e-t. O como le dije a la verito, prefiero leer a Carvajal que a Loriga...
Frei Bier für alles.
la certeza de la muerte no va a impedir que escriba... tal vez si es bien personal, una confesion, tal vez es solo un personaje, el escritor... y bueno me dejo pensando, solo voy a entender a mi modo, como lector y de los que nunca entienden... si habria una Verito a la que le pudiera decir, prefiero leer a Carvajal, pues se lo diria
Salud
Loko mejoró un montón este texto, es más fluido y sincero, y más que nada, lo siento claro, ahora sabe pa dónde va y eso es ya mucho y difícil de lograr. Felicitaciones Gonzi, por el trabajo de remiendos.
Publicar un comentario