martes, diciembre 02, 2008
domingo, noviembre 16, 2008
C
para delimitar las distancias,
plagados de mojones mutuos,
puas que alojen las pérdidas.
Las cicatrices son innumerables
y no sobra espacio para silencios tatuados.
Se han apilado las máscaras
y la pisada postrera no oculta la huella primaria.
Sabes que he dejado rastros para que sigas mi sombra
migas de sangre que restituyan los cadáveres
una C en el ejercicio del miedo
la esCritura
dilatada a pérdida
a sablazos peregrinos,
dedos tullidos de tanta espera
uñas arrancadas de compartir el leprocomio
y sin embargo
tantas frases para no decir tu ausencia
tan poca memoria.
sábado, septiembre 27, 2008
Concierto de rock
El espacio sagrado
sangrante ante el estallido
El aullido de la muerte en la cabeza
las balas que cercan el cabello, la memoria,
el sonido y la sinfonía del miedo.
Tú, lector,
cuida el parche, el cigarro,
la moneda, la chica,
[cuida el culo.
Los sibilíticos han despertado al desastre
[tan solo para incrementar el ruido
para acribillar los espacios vacíos,
azarosos, lascivos asisten desarmados a la sima del delirio
-La demencia es este crujir de vidrios entre los ojos-,
barcos encallados que funden la vida,
tripulación febril que rema sin manos,
obsesión delirante:
caminar la vida como se mira el escenario en llamas.
martes, julio 29, 2008
LA REINA DEL JARDÍN
I
Ella tiene dos cuerpos malditos.
Se esconde bajo su géminis perverso.
Es rubia y negra, camina por la calle, zarrapastrosa en viernes,
y hiede a los perfumes perversos de las flores dominicales
Cada hombre ke la toca siente asco o se enamora.
No tiene ni cree en la esquizofrenia.
La música es una ola, perpetua, móvil,
el vaivén que viene y luego la abandona
Tiene el poder de la lengua y la palabra.
Su saliva huele a opio y loto.
Cuando reza, levanta y baja la mirada, ríe y hace silencio,
carga a dios y al diablo
ambos muertos a filosofíazos,
con herejía y ciencia,
con tiempo,
con verdades y mentiras.
Se deleita al gastar sus días imaginando el dolor ajeno,
y trabaja, escurridiza, en los huesos del hombre,
bebiendo su médula, despojándolo hasta de la dignidad,
alimentando su cuerpo y su vida con la sangre del otro y su esencia.
Cuando fuma sus cigarros, que llevan caléndula, tréboles y gotas de láudano,
la mirada perversa, tremolando, y escondida en la noche, entre la lágrima y el sueño,
libera un hechizo de paz, relieve de su maldad dibujada bajo una mano estremecida,
que destruye con sombra cada pisada débil, inquieta o distraída del que busca un alivio.
Disfruta en su jardín de las tardes sin sol, los domingos se baña, deshojando cada pétalo
de las ofrendas ciegas del amor, en agua de aroma dulce, resaltado con la sal del llanto.
Sale en viernes, ropón de madre encima, mira a los mendigos que estiran la mano buscando sólo caricias, buscando otra mano, y se acerca y la engulle en un salto frenético
II
Se acerca algo y da la vuelta, mira la luz y se estremece,
baja los ojos y le grita al diablo que siempre le escucha
y le consiente, encorazándola y cediendole el poder de la lengua
Va de negro, pues la luz con luz no va al caos.
Ese aliento que entumece el alma corrompió la luz del que se acercaba…
Ha guardado en un frasquito un poco de esa sangre dulce para su baño.
III
Hoy viene de luz, rubia y con sonrisas, el silencio juega el papel de dios.
Cada sentón suyo significa una mancha roja sobre los lechos del triste.
Hoy se acerca a mí, conozco su hábito y salto. Sé que voy a perder, juego a perder.
Me persigue, me ofrece amor, baila azules melodías salidas de su adentro,
con el acompasado ritmo del llanto y su alegría…
El loto que me ofrece va bien con este cigarro suyo, compartido en la euforia de la cama.
IV
Con odio, rencor y venganza escribo.
El esfero se me clava en la mano zurda.
He vuelto a donde ella y me embriaga ese vaho a leche y vida.
Con tanta fuerza le abrí las piernas y la golpeé por lo que vi.
Y respondía ella con la risa y el silencio, sentada entre dos espejos.
El vaso con puntas se incendia en mi mano que tiembla.
Lo arrojo con fuerza y borro con mi sangre la sangre de ella, asentada hasta en mi ropa.
martes, julio 15, 2008
La salida a los 24
las puertas ya no hay nada.
Caminar con las manos empuñadas porque en cualquier momento te asalta un hijueputa cualquiera, una vida viuda, la depresión de la mirada perpendicular al asfalto. Cuando salgo a la calle procuro jugar la última carta, all in en la sentencia de la vereda, un poco de ácido para alivianar las cargas y la cara de un apostador sin amigos.
Caminar de frente cuesta dos ojos y tres piernas, el equilibrio es el estado más difícil, tan incomprensible como ser natural, tan lejano como la coherencia; he vivido más de media vida buscando el desequilibrio, la sorpresa que pese en la memoria, la violencia, y ahora estoy cansado.
La vida me pesa como dos balas en los bolsillos, -si me quitas los lentes quizá no mire tu rostro, como los huesos de una mujer alojados en la pupila, como la grafofobia. La nausea me consume los pies, el tormento de la cabeza, la idiotez de un futuro y ante todo la expectativa, -atrás de tu sonrisa hay miedo y no soy yo el que te besará las cicatrices.
Saber que me muero enciende una preciosa pipa azul –la envidia de los amigos y los alumnos–, la alegría del humo provoca una bajada suave después de la contemplación y la risa, mientras tanto una pilsener estúpidamente fría me recuerda la aerofagia; la enfermedad me tiene suspendido de los incisivos y la verdadera amistad ajusta las cuerdas, no te ata los zapatos, –cuando te mueras me dejas tu pipa.
La estupidez humana, la no crítica, el extrañamiento, los rostros de dios en las suelas de las botas, tanto cabrón que molesta como sombra y que piensa escribe neologismos, darle un sentido a tu ausencia, Trieste como ocaso, el hedor de Venecia, la evanescencia de la niña rubia que habla con acento y solo tiene 17, jugarse la vida en una pecera de alcohol, este dejarse abandonar... -tus palabras me recuerdan mi suicidio; hay píldoras de todos los colores y mucha broza-vida por domar, atrás de los espejos de la muerte no hay mucha diversión.
jueves, junio 26, 2008
Despedida
I
Cuando toca dar un paso
nuevo
un nuevo paso que todo lo cambia
y dejar tanto atrás
atràs
y aún quedase mucho
que sonreir
Y la muerte
la que todo afloja
con nada más
verlo
II
En la desnudez el tiempo no avanza
En la alegría se canta
En la tristeza se aprende
Y un jaguar lanza un grito ahogado
que llama la noche
III
El pobre bicho herido se quema
en sus magulladuras, triste,
se deja caer
al suelo frío
La lluvia llega a vuelo pronto
y cesa el murmullo de las sombras
y de cada gota
otras gotas
lluvioso
el día….
IV
Antes de la muerte
la ceniza vuela y el jaguar la ve irse
enamorado
miércoles, junio 25, 2008
Supondré que puedo
que algo sucedió o cambió
el ritmo incompleto de las cosas
el abismo.
Diré que todo se hizo más simple
diré que el cielo se abrió
como si en verdad se hubiera abierto
como si en verdad hubiera cielo.
La letra, que entonces fue cielo,
dejó de ser letra
y empezó a ser color
y el color engendró mi palabra.
Que tampoco fue palabra
ya era la visión límpida
y honesta
de un cielo que se abría
del color que veía.
Sólo necesitaba convencer
a un público
que intuía en mis sueños
que no era palabra lo que emergía de mi boca.
Entonces tuve que hacer silencio
y ver si algo pasaba
pues quise creer que algo había
en ese cielo que emergía de mi palabra.
sábado, febrero 16, 2008
II
Duerme, su brazo se ha pegado en mi pecho. La miro y parece que siente mi mirada, mueve la cabeza, como un reclamo, como diciéndome “deja dormir, no me veas”. Sonrío, es más bella a oscuras; su piel tiene algo, una fosforescencia particular. Bajo las sábanas, ella, sus piernas, la pelvis, el pubis salvador, resplandecen junto a mí. Su piel también suda y somos un solo sudor.
Me entran ganas de fumar. Allá en la chaqueta dejé los cigarros. Me estiro tratando de alcanzarlos. De manera instintiva me trae hacia ella; me aprieta en su abrazo. Alcanzo la chompa y tomo los tabacos al instante. Como un resorte vuelvo al lugar donde estaba. Ella se queja. Talvez no esté dormida; talvez estuvo despierta desde el principio y me veía dormir. Que sueño más críptico; así voy a terminar donde todos me advierten y yo me hago el sordo. Es bueno que haya sido un sueño y ahora ella esté aquí; es un alivio, aunque probable es que éste sea el sueño y las voces, y la oscuridad que me asfixiaba, sean la realidad.
Debe serlo.
Aquí esta oscuro, también, pero es otro tipo de oscuridad: es una tibieza de oscuridad que acaricia mi cuerpo, que intima conmigo y me une con ella, a mi lado derecho, dormida o espiando a ver que hago. Es una oscuridad que acompaña, que alberga estas paredes y esta cama; es algo físico. El sueño iba más lejos, tengo la impresión; como siempre al despertar uno sólo recuerda las partes más compartibles, digamos lo que pasa la censura del policía interno que llevo, y tengo la impresión de que hubo mucho más: más información, más dolor, más angustia. Por esa razón es bueno despertar; escapamos así de mundos que nos aprisionan en el sueño, indefensos sin el cuerpo, sin la protección de estar juntos, solos, allá quién sabe dónde. Es bueno que esta oscuridad no sea aquella. Es bueno su cuerpo y su olor pegados a mí. Es bueno ser yo en este momento que recuerdo que soy algo y no me he perdido aún en mi mente.
Enciendo un fósforo: la llama se ondula primero, azul y dulce, crece de súbito, se va tornando verde y comienza a bailar. Luego rojamente. Rojamente sí. Ella es humo. Es este humo que sube al techo, que quizá lo atraviese, brillando en la noche, dentro del cuarto, en mi brazo libre, pues el otro está atrapado y no lo siento, en mis dedos que llevo a la boca y aspiro una bocanada áspera.
De alguna manera ambos lo sabíamos desde que abrió la puerta y entré; de alguna manera lo sabíamos mucho antes y lo callábamos para no arruinar el momento en que ocurriese.
- Pasa, está frío afuera – estaba todo mojado, llovía y las dos esquinas que caminé de la parada a la puerta me habían empapado hasta dentro de la nariz.
Se dio la vuelta y subió las escaleras. La seguí y entramos por una puerta ancha. La casa era vieja y bien podía servir para un cuento de fantasmas y duendes: las paredes altas, el piso de madera sobre el que crujían las pisadas. Me pasó un cenicero, donde dejé la colilla del cigarrillo mojado, y encendió uno. El saludo era casi formal:
- Ésta es mi casa – dijo señalando las cuatro paredes – pequeña pero tengo todo.- Pasé la mirada: la cama junto a la pared; al fondo, unos cojines en la esquina; del otro lado, un gran aparador donde guardaba un juego de tazas junto a los libros que había podido robar de la casa de sus padres; en el piso una cafetera negra era la carnada que me había traído hasta aquí y una mesita junto a la cama.
Me regresa ver, mojado.
- ¿Quieres una toalla?
- Sí, gracias. Está linda la casita, para qué más – le digo a su espalda mientras abre una puerta y toma una tolla del ropero.