El tenis es un deporte plenamente individual, una combinación de habilidad, fuerza, y sobre todo capacidad mental para resistir y sobreponerse. Un buen partido se asemeja a una batalla de gladiadores esperando y resistiendo al último golpe, no es coincidencia que la cancha de Roma sea hecha de arena. Aquí desfilan los grandes talentos pero todo tiene un costo: una cerveza 5€, un gadget 10, y la entrada para la final, como en los estadios latinoamericanos los revendedores agolpados y anónimos en los alrededores, te la ofrecen hasta en 400€. Ciertamente no somos diversos, cuando se trata de negocios todo el mundo “hace su agosto”.
En este espectáculo global hay un caballero suizo que destaca por su compostura y estética, características no propias de un tenista. Agassi, que jugó con los mejores de la historia, en su biografía Open lo define como: “la realeza”, después la prensa en una variante lo denominaría “su majestad”, con justicia porque es el jugador más victorioso de la historia, tiene más batallas vencidas que Federico el Grande y Atila juntos. Agassi prosigue: “compadezco a los jóvenes que deberán combatir contra él”.
Pero hay una virtud que lo diferencia a todo tipo de stars de este tiempo caótico, es humilde. La primera vez que lo vi esperé impaciente por su autógrafo y cuando firmó el nombre de mi hermano me preguntó si estaba bien o si Sebastián necesitaba tilde. Por eso ahora, sin dinero para ver su partido espero mi oportunidad para despistar a los hombres de la entrada y emocionarme con el brillo de su juego.
Roger Federer, en cuartos enfrenta al joven italiano Seppi. El público local es un tren de fervor pero cuando la realeza conduce el set 5-0 cae un grito de la tribuna: “Roger abbi pietà” (¡Roger ten piedad!”). Todos ríen porque alguien ha dicho lo que todos pensábamos ante una masacre; Federer, inmutable y respetuoso se disculpa y vence.
G. C.